
Se ha dicho que la verdad es la primera víctima
de todas las guerras. Cierto. Es que esa verdad
se circunscribe a un espectáculo circense inmenso cuya carpa hoy se extiende desde
Burquina Faso, Sudán, Nigeria, Yemen, Siria, Irán… hasta la Franja de
Gaza y la invasión rusa sobre Ucrania. Y eso sin contar con las trágicas decenas
de conflictos armados esparcidos por
nuestro ancho mundo.
El pasado siglo XX, a pesar de su florecimiento
industrial y, en general, cultural de gran trascendencia, sufrió el embate de una
gigantesca revolución geopolítica en
términos de inestabilidad internacional,
tensiones y conflictos militares, terrorismos, magnicidios… A la primera Guerra Mundial siguió el auge de
los fascismos en Italia, España, Yugoslavia y Alemania. En nuestro país, la
Guerra Civil dio paso a la dictadura franquista. En 1939 la Segunda Guerra
Mundial fue sembrando decenas de millones de muertos. En 1949 suceden sangrientas
contiendas civiles en China, Corea, Vietnam… A ello hemos de unir la presencia
de ETA en España y del IRA en Irlanda del Norte. Hoy vemos cómo el fantasma del pasado
reverdece con desgarro emocional inquietante.
El
pasado 4 de abril, en Ideal, observábamos con inmenso dolor una imagen del
impacto de un misil sobre un convoy que circulaba por Gaza con fines
humanitarios, y que acabó con la vida de siete empleados del World Central Kitchen. Dicha imagen
cobraba aún mayor estupor al contemplar a seis niños que observan de cerca la escena
de la tragedia convertida en
“normalidad”. Escenario de locura global que ya casi no estremece. ¡Es algo tan natural…! Buena
razón para “apearse de este mundo” a
instancias de Groucho Marx. La estupidez
humana hace centena de tiempo que ha puesto precio de derribo a nuestro planeta. Así, a diario, consumimos noticias como una sucesión de sainetes trágicos, casi sin cambios de decorado que aprisionan el alma ciudadana al ver que no hay más salida a los diversos laberintos
creados
por la propia raza humana.
Cuando veníamos sufriendo dos largos años de barbarie rusa sobre Ucrania,
la crueldad más bárbara de Hamás, movimiento
terrorista de resistencia islámica, se cebó el pasado 7 de octubre sobre la
población indefensa de Israel. Una operación de odio
ya crónico se convirtió en nueva noticia con la respuesta contundente y
desmedida por parte del ejército
sionista. Los misiles demostraron no “entender”
de ancianos, niños o mujeres… ¡Así hasta hoy! Albert Camus que definió la vida como
algo absurdo, en “El mito de Sísifo”, no nos eximiría hoy de la desesperación
ante el cuadro que se dibuja en
nuestro planeta con amenazas nucleares incluidas. "El
absurdo es el concepto básico y la primera verdad", diría.
La acción de Hamás fue absolutamente repudiable por su siniestra atrocidad.
Pero, por otro lado, la opresión que los gobiernos de Israel, sobre todo bajo
el mandato de Benjamín Netanyahu, han ejercido
sobre el pueblo palestino ha sido trágica, brutal… La
convivencia humana en la paz está más amenazada que nunca. Y, por extensión, el proceso de paz mundial está agazapada bajo una violencia cronificada
sin medida. El recurso a la fuerza, anestesiando toda posibilidad de
diálogo, termina perpetuando en el poder a los regímenes totalitarios. El caso más
claro lo tenemos en Rusia con Vladimir Putin, con amenaza nuclear incluida. ¿Será
posible encontrar alguna razón a
tanta sinrazón? Estamos ante la
degradación de lo humano. No en vano, Netanyahu,
pretendiendo justificarse, ha querido comparar a los palestinos
con los amalequitas del Antiguo
Testamento, citando el pasaje de Samuel, (I Sam, 15:1) en el que se
ordena exterminar al pueblo de Amalec. Así pretendía legitimar el exterminio indiscriminado sobre
Hamás, bajo apología religiosa,
lo que ha sido condenado drásticamente por la comunidad internacional. Sin
embargo, en Isaías, uno de los cuatro profetas mayores del Antiguo Testamento, leemos que “no alzará espada nación contra nación, ni
se adiestrarán más para la guerra” (cf. Is. 2,4). Y una vez más, en medio de esta
desolación mundial, la voz
del Papa Francisco clama: “Ninguna guerra justifica la pérdida de un
ser humano”.
Sabemos que “el
Derecho Internacional establece como principio básico que los Estados tienen prohibido usar la fuerza
para resolver conflictos internos o externos”. Pero a la hora de la
verdad, esto es papel mojado. Ya no hay límites… ¡ni siquiera con la necesaria
proporcionalidad! No hay reglas por mucho que el secretario general de la ONU,
Antonio Guterres, haya recordado que "los civiles deben ser protegidos en todo
momento y nunca utilizados como escudos”. Es el caso de Hamás. Pero, por su parte,
Israel ha violado principios fundamentales de humanidad, como es infringir a la población árabe un
castigo colectivo, indiscriminado, creando miseria en la Franja de Gaza. Las
voces lo tachan de crimen de guerra. La situación, sin embargo, entraña una
enorme complejidad geopolítica.
Confiemos en que “el mundo” de
Groucho no se detenga para que nos bajemos, pues los humanos somos más resilientes de lo que parece. Y, parafraseando a Kant
en “Sobre la paz perpetua”, esperamos que se aniquilen por completo las causas
existentes de futuras guerras posibles.