La
muerte corría presurosa tras de ti, atenazado por el dolor en los días de
pasión, e inesperadamente te ha dado alcance. Así, el pasado martes de Pascua, desde
mi fe, me ha parecido oír la voz del Rey, sentado en el trono de su gloria, que
te decía: Ven, bendito de mi Padre (Mt. 25, 31-41), porque has sido varón justo que diste de comer y de beber; que acogiste y
visitaste… Porque las costuras de tu ser de cristiano se han ido filtrando
en el corazón de cuantos te hemos rodeado...
Ciertamente.
Tú has sido un hombre de bien. De espalda siempre a tus bien merecidos honores.
Te he visto siempre respetando la alteridad de tu gente, asumiendo el misterio
absoluto de su infranqueable personalidad. Desde tus vivencias familiares en el terruño
de Couzadoiro, tu brillante paso académico por Mondoñedo y la Escuela de
Magisterio de A Coruña, tu entrega pastoral en Viveiró y en Caranza de Ferrol,
el desempeño de tu vocación docente y sacerdotal en Cariño y, últimamente en la
parroquia coruñesa de san Nicolás… ¡Todo habla de un pasado de respeto y nobleza,
sencillez y generosidad, talento y tesón! Huellas que han marcado un camino, en
el que nunca te has querido hacer notar. Calladamente, has sabido aleccionarme.
Muchas veces,
amigo, me has brindado el gozo de entrar
en tu intimidad, donde me he encontrado con
el “Lucho” siempre comprometido por abrir futuro en el
delicado mundo de la amistad, donde te revelaste digno activista de la pedagogía.
Y mucho más entre tus propios alumnos. No
hay más que leer las “cosas” que te han dicho por facebook: Fantástico profesor, y mejor persona…
Siempre dispuesto a dar la mano… Se presentó ante nosotros como maestro, pero
nosotros lo quisimos como si fuera uno más de nosotros… Fue especial por ser
alguien sin igual… Cariño chora, somos máis orfos neste día…
Tu espíritu
dinámico, Salustiano, ha sido el icono de esa energía admirable que mamaste
entre tierra y mar, simbiosis que ha curtido tu vida. Y esto unido a tu radical
consagración a Jesús de Nazaret como adalid de tus ansias de libertad. Formaba
parte de tu entarimado interior casi monástico.
Durante años
fuiste copartícipe en las tareas sociales y pastorales de Cariño. Todo un reto a
tu incansable vocación educativa. Recuerdo tu inmensa sensibilidad ante las campañas
de ayuda a Guatemala, al pueblo saharaui, a Rumanía, a Manos Unidas… Recuerdo los cursos de formación para mujeres, las
colonias de verano para los niños, la Escuela de Catequistas, el movimiento
juvenil Nordeste, las reuniones de reflexión en torno al Concilio gallego… Recuerdo
tu incuestionable ayuda, como impulsor
de la conquista del Instituto, de la Asociación de Vecinos, de la segregación
municipal…
Fuiste parte de
mi cabeza, de mis manos, de mis pies y de mi corazón concienciando al pueblo de
su propio destino. Y fuiste una de esas voces imprescindiblemente impaciente y
luchadora que me animaba a seguir adelante a pesar de alguna que otra
zancadilla de turno.
Sumergido
hoy en mi dolor por tu ausencia inesperada, mi reflexión traspasa el horizonte
que nos separa, y, hago míos los versos de Khalil Gibran: No es mi
prisa como la del viento, pero debo partir... El río ha llegado a la mar, y una vez más la
gran mar apretará a su hijo contra su pecho… Y mientras yo… He sufrido inmensamente la aurora de tu
muerte.
Acuérdate,
Lucho, de mi finitud. Y permíteme un brindis silencioso de fe en ese infinito
donde me esperas, para seguir gozando de nuestra vieja amistad. Gracias
por todo. No te podré olvidar nunca. Sería una imperdonable deslealtad.