Se subió a un sicómoro para verlo.
(Lc.19, 1-10)
Yo, Señor,
pequeño como Zaqueo,
quiero
subirme al sicómoro de mi vida
y verte.
Verte, por
más que me lo impida
la multitud
de mis pequeñeces.
Verte al
cruzar tu mirada en mi camino.
Que en
verte está el cambio radical de mis noches.
El arte de
tu ternura no entiende de críticas ajenas,
ni quejas
de cuantos desde los santuarios
rezan
y se erigen
en jueces de las personas.
Tú haces
familia en el templo,
sí,
y fuera del
templo aún más,
entre los
encaramados a los árboles de sus sufrimientos.
Eres
gallardo galileo de la generosidad,
ladrón de
corazones arrepentidos,
abanderado
de la cofradía de los Zaqueos,
y
autohuésped de la dignidad humana.
¡A pesar de
cuantos a tu vera
no paran de
construir obstáculos!
Señor, dame
el coraje de tu esencia,
que, en
bajarme de mi sicómoro, como Zaqueo,
quisiera
entre los pobres
esparcir la mitad
de mi hacienda…
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