Mi querido Pepe, el cruel Covid te ha robado la vida, y nos ha robado tu sangre que portábamos… Te has ido, sin quererlo, furtivamente. Sin tiempo para el beso de despedida. Sin tiempo para rellenar ese terrible hueco de tu ausencia inesperada.
Hombre inmensamente culto, tú has hecho de la docencia una actitud creativa del día a día bajo el “carpe diem” de Horacio, como tu lema favorito, junto a ese otro tuyo que luces en tu página de Facebook: Un maestro, alumno en reciclaje permanente.
Dedicaste tu vida a la enseñanza, primero como alumno brillante (¡número uno de tu promoción!). Luego, como maestro de generaciones adolescentes has dejado una inmensa huella en tus alumnos y alumnas que hoy forman un núcleo activo de padres y madres, de Deifontes, Montillana, Calicasas y Peligros. A través de tu antigua alumna Ana Eva hemos conocido un rosario de elogios del que fuera tu alumnado que hoy llora tu ausencia. Esto dicen de ti: “don José ha marcado huellas imborrables en nuestra vida adolescente”, “qué buenos recuerdos de su magisterio, era genial en su docencia y en su cercanía humana”, “don José era un tío de gran vitalidad, lo admirábamos en su forma de enseñar”, “como don José no ha habido otro igual, ha sido un number one digno de ser emulado”… ¡Palabras que son un brindis a tu solvencia humana, intelectual y docente! Tu mesura se infiltró dulcemente en sus vidas.
Familiarmente, también has sido number one. Lo decimos todos, tu esposa María Angustias, tus hijos, tus hermanos, tus sobrinos, tus ahijados Juan Jesús y José Antonio. Y esa legión de amigos que dejas en el camino perplejos ante tu ausencia, que gozaron de tu acertada palabra y de tu media sonrisa de complacencia.
Tu luz de leal esposo, de inmenso padre, de grandioso hermano y tío, de sabio maestro, de extraordinario amigo, tu luz prevalece sobre la noche oscura que nos ha causado tu muerte imprevista.
Has sido también, hermano, mi confidente en múltiples ocasiones… Tú, honesto pintor manejando a la perfección el pincel de tu gran humanidad. De ahí, el enorme vacío que dejas en todos nosotros, como “El vacío del alma” que reza la escultura en bronce de Jean Louis Corby.
Desde
mi dolor inmensurable, brindo por tu paz en esa orilla del infinito que
alimenta mi esperanza en el más allá. ¡Hasta
pronto, hermano!
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