EL ESTRUENDO ABSURDO DE LAS BOMBAS
La política
internacional está demostrando que estamos ante
acontecimientos sin retorno y que el cansancio informativo nos está llevando a
conflictos irresolubles. El estado de permanente beligerancia, llámese violencia del
absurdo, llega al umbral de la barbarie desmedida. A Hiroshima, Auschwitz, le
Goulag, Vietnam…que marcaron la tragedia
del siglo pasado, se suman los diversos conflictos de nuestro siglo, esparcidos por nuestra actual historia
planetaria: guerras,
genocidios, esclavitud… y entre todos, la guerra ruso-ucraniana. Sin olvidar el eterno conflicto árabe-israelí o las nuevas hostilidades entre Armenia y Acerbaiyán
que en el pasado septiembre dejaron cientos de muertos o el bucle de la
violencia que vive Centroamérica y gran parte del continente africano…
El grito
de Pablo VI en la ONU en su discurso del 4 de octubre de 1965, Nunca jamás la guerra, expresaba el
deseo de todo hombre sensato. Sin embargo, la amenaza de una guerra nuclear y
la realidad de un conflicto mortal no ha cesado desde entonces, hoy de la
propia mano de Vladímir Putin. Ya años antes John F. Kennedy enfatizaba que la humanidad deberá poner fin a la
guerra o la guerra será quien ponga fin
a la humanidad. En este tiempo, como
entonces, la paz del mundo es vasalla del desequilibrio sustentado por el
terror de las armas… No es, pues, camino para la esperanza el que vivimos bajo
el sol. Además de la pandemia viral que todavía colea, se agrega el peso de la
locura insensata de la guerra. Cunde el pánico ante el peligro de una nueva guerra
mundial de consecuencias imprevisibles. Diría que estamos ante un rito
devastador pendiente de drones, misiles y demás artillería pesada.
El Papa Francisco, que no cesa de clamar
contra la guerra, ha relanzado en su
visita reciente a Kazajistán el diálogo religioso como servicio urgente e insustituible para conseguir la paz, aspiración
suprema de toda la humanidad.
¿Quién, pues, no está hoy preocupado por el
problema de la guerra y la paz, la carrera armamentista, la violencia entre las
naciones y los medios para reducirla?
Demencial ha sido la iniciativa de Vladímir Putin desde el
fatídico 22 del pasado febrero, que puso en marcha el mecanismo perverso de una
guerra inconclusa (¡8 meses!), convertida en una “empresa industrial”
que involucra armas sofisticadas con efectos cada vez más devastadores.
Es cierto que la violencia siempre ha
existido desde que el mundo es mundo y que las matanzas entre pueblos
difícilmente han sido episodios “tiernos” en nuestra historia universal. No hay
más que recordar a Alejandro Magno. En el pasado, la guerra era a menudo un “ritual”,
una actividad caballeresca con consecuencias limitadas. Pero hoy el desarrollo
prodigioso de las tecnologías ha multiplicado por millones su poder destructor.
Por eso, la búsqueda de una alternativa a la violencia no puede partir de la
pura especulación intelectual: se fundamenta en el deseo de conjurar un peligro
colectivo, en un afán de supervivencia. La creencia en la virtud del diálogo a
favor de la paz se basa en la idea de que los hombres pueden ser razonables
controlando sus fanatismos. Pero su apetito de poder, su deseo de dominación
escapa al poder de la razón. Llamar a los hombres a la razón cuando siguen
decididos a matar es todavía una ilusión.
Sin
embargo, Pacem in terris, el grito
desesperado de Juan XXIII, vuelve hoy a resonar en el corazón de Roma, a través
de las palabras de Francisco en el Coliseo: En el silencio de la oración, esta tarde, escuchamos el grito de paz:
paz sofocada en tantas regiones del mundo, humillada por demasiada violencia,
negada incluso a los niños y ancianos,
que no se libran de la terrible dureza de la guerra…
Pese a todo ello, hoy Putin se ve a sí mismo como una “figura
mesiánica” en connivencia con el Patriarca Kirill, líder de la ortodoxia rusa, subordinado
al Estado. El problema radica en la obediencia a los dictados de los
líderes… y millones han sido masacrados debido a esta “obediencia”. Históricamente,
las cosas más terribles resultaron no de la desobediencia, sino de la
obediencia, como ha dicho el
historiador Howard Zinn. Es hora de considerar que los medios presupuestarios dedicados
al desarrollo de armamentos deberían llevar a los estados a desplegar sus esfuerzos
para organizar la paz y desarraigar la pobreza tan globalizada en pleno siglo
XXI.
¡Señores de las guerras, no malgasten ni un minuto más en
sus mezquindades! Luchen porque la libertad, la justicia y el
diálogo conformen el baluarte psicológico y moral contra la gangrena de la
guerras y las muertes. ¡Por Dios, hagan callar el estruendo absurdo de las bombas, pues la humanidad no soporta más el
precio de las guerras!
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