Amarás al Señor tu Dios…
Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
(Mt. 22, 34-40)
Bendito sea Dios, creador del universo,
Señor de los océanos y de los riachuelos.
de los árboles que alegran nuestros bosques
y de las plantas que adornan nuestros jardines.
En Él brillan las estrellas y sonríen los niños.
En Él está la savia de nuestros viñedos
y el pan dorado de nuestros trigales…
Él es la cara del amor derrochado en el amor humano.
Cara impresa en nuestro afortunado sello bautismal:
Amarás al Señor tu Dios con toda tu corazón,
con toda tu alma, con todo tu ser.
…
Alabado sea mi Señor, que nos ha hecho en su molde.
Nos puso al timón de las obras de sus manos.
Nos hizo patrón de mares y ríos,
cantautor de sus grandezas:
de los árboles, de las flores, de las bestias del campo.
Nos inundó de ternura.
Nos marcó con el amor a nuestros semejantes
al igual que nos amamos a nosotros mismos.
Él es la cruz de la divinidad derrochada en nuestra humanidad.
Es la cruz impresa en nuestro afortunado sello bautismal:
Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
…
Bendito eres Tú, Dios del amor incomparable,
que has hecho de tu Palabra, la cara y la cruz de nuestra felicidad.
Cara y cruz de tu alianza comprometida,
cara y cruz, derroche de tu esencia,
de tu propia definición de Dios, Padre y Madre.
Señor, que nadie ni nada secuestre el barro con que nos moldeaste.
Que no se manipule ese amor gemelo,
-¡Dios y prójimo!-,
que desde la eternidad ha sido el parto fecundo de tu verdad.
Que nada ni nadie, Señor,
nos robe la soberanía de nuestra dignidad fértil.
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