…y a Dios lo que es de Dios.
(Mt. 22, 15-21)
Señor Jesús,
tu palabra de vida no está hecha para la ley,
con sus equívocos sobre lo prohibido y lo permitido,
sino para “lo que es de Dios”.
Contrariamente al poderío del César,
Tú mismo eres la enseña del Reino,
la moneda de tu señorío,
sin complicidad con el poder establecido,
sin evasivas ni engaños.
…
“Lo que es de Dios”, según tu vida,
está en las plazas y en las calles
en los templos y en los campos,
en las horas y en los días…
“Lo que es de Dios” es la ley del amor,
que ha de ser el motor de una Iglesia
arraigada en los más desfavorecidos.
“Lo que es de Dios” es confesar que nadie
es padre más que Dios; que nadie
es jefe, sino Dios; que nadie
es santidad sino Dios.
Nadie es señor,
sólo Dios es el Señor de la historia global.
…
Los fariseos se unieron a los herodianos,
enemigos de toda la vida, para tenderte una trampa...
¿Y nosotros?
¿No tramamos emboscadas contra ti
cuando suplantamos tu palabra,
para justificar nuestra farisaica jerarquía de valores?
¿No urdimos trampas,
cuando nos divorciamos de la fe pascual
en la vida pública, como en la privada,
en lo social y en lo político?
Si olvidamos que nuestra dignidad de cristianos
se mide en parámetros de fraternidad,
de promoción del bien común,
de irrenunciables deberes cívicos,
hemos traicionado, Señor, tu mandato:
¡dad a Dios lo que es de Dios!
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