A monseñor Romero
y a tantos romeros de la paz.
Sembrado de hojas secas,
que fueron verdes un día
con sus uvas coriáceas,
pena de luna,
pena grande,
mía.
De gracia y luz vestidas,
nervio verde,
ayer, lozanas,
recreaban la vista
y son ahora crujiente
nada.
Decidme, hojas secas,
si ya puede la segadora
dormir,
llorando como lloran, sí,
en su arrecife otoñal
las metralletas.
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