A José María Castillo,
testigo de la Verdad.
De niña, oí golpear mi puerta. Y abrí….
Crecí enamorada, fecunda, inspirada en las calles.
Viví como río sin guadianas,
sin trincheras mediáticas,
sin balizamientos humanos que fracturan libertades.
Fui inagotable fascinación,
horizonte de acantilados bulliciosos,
ágape de bonanzas.
Pero la historia enhebró las ruindades de los ayer
y hoy me veo fosilizada, soñolienta,
casa hipotecada,
romera de hermandades perdida en los caminos…
Me veo prisionera de un vocabulario náufrago:
(poder, verticalismo,
reduccionismo, hermetismo,
anacronismo a golpe de solideos...)
Desde el dogma me implican en injustas miradas de castigo.
Desde la verdad me hacen esclava del poder.
Desde el incensario me obligan a predicar verdades de humo.
Desde el báculo lloro domeñar al amado rebaño.
No me dejan respirar los aires nuevos del Papa bueno.
No me dejan oír al hombre que gime bajo zelotas.
No me dejan librar del celemín la luz que prende al mundo.
No me dejan degustar el alimento comprometido que desbroza.
Siento perder los destellos de Belén.
Siento perder la nobleza de Genesareth.
Siento perder el relumbrón del pozo samaritano.
Siento perder la lucidez del monte bienaventurado.
Siento perder el triunfo del Gólgota pascual.
Y sin embargo, como rebrote de primavera,
memorial de ayer,
debo ser fiel a Jesús el nazareno,
debo imitar a los pescadores del Tiberiades,
debo escuchar a las Catalinas de Siena,
a los Franciscos de Asís,
a las Teresas de Calcuta,
a los obispos Casaldáligas,
y hasta a los Luteros de ayer y de hoy…
Audazmente. Amén, amén.
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