El actual arzobispo de Madrid visitó el sábado pasado el poblado
chabolista de El Gallinero,
bajando así a los infiernos de la
capital.
Su anfitrión, el párroco de
Entrevías, Javier Baeza, apenas se creía lo
que estaba viendo.
Cercano a la gente, durante dos horas y media, en mitad de la
tormenta que azotaba la capital de España, Carlos Osoro canceló
sobre la marcha otros compromisos "porque
tenía que estar allí". El arzobispo de Madrid, remangándose la sotana, -al
final de la visita tuvo que buscar un charco para limpiar algo sus zapatos-
visitó a varias familias, en su mayoría gitanos
rumanos, que viven a diario los golpes de una sociedad injusta y
sobreviven como pueden a la ausencia de luz, agua, letrinas o la constante
amenaza de las apisonadoras.
Junto a él, en mitad de chabolas
desvencijadas, don Carlos escuchó, y compartió, la vida y las miserias de
aquellas personas. Y confirma el
diagnóstico: "Es inexplicable cómo
puede haber tanta pobreza a tan pocos kilómetros del centro”
Uno de los momentos más emotivos de
la visita ocurrió cuando el arzobispo entró en un pequeño cuartucho, con dos
camas. "¿Cuántos
vivís aquí?", preguntó a una joven de 33 años. "Vivimos
mi marido, mi hermana, mi madre... y mis once hijos". ¡En dos
camas!
"No quiero establecer comparaciones, decía Javier, al día siguiente,
en la misa de Entrevías. Pero es la primera vez que me encuentro un
obispo que me conoce y que me escucha, que me da su teléfono y que detiene el
tiempo para estar con nosotros". (R.D.)
No importó la lluvia, pues los
caminos están trazados en El Gallinero, en los suburbios, en las favelas, en
las cuevas,… para aquellos que quieren ser peregrinos en la periferia, como el
papa Francisco.
Esto que no es una simple gota de
agua, -¡cuántos testigos de Jesús de Nazaret en situaciones parecidas!-, borra
los “atentados de clérigos” que llora, a lo largo de estos días, nuestra
Iglesia y –¡como no!- la morbosidad con que son tratados en ciertos medios
informativos.
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