… ¿por qué
surgen dudas en vuestro interior?
(Lc. 24, 35-48)
De nuevo…
Tú, Señor, en medio de los tuyos,
quebrando dudas y temores.
Eres el Resucitado, no un fantasma.
Ahí están los signos de tu identidad. Son tus manos,
son tus pies y tu costado lacerados,
realidad humana
en donde Tú te identificas.
No es el poder o la dignidad de Hijo de Dios
las señas de tu identificación.
En tus llagas están.
Llagas que hemos de palpar,
necesariamente,
para comprender tu humanización de Dios.
Y pez asado que hemos de comer
junto a ti,
para definitivamente erradicar
toda duda.
Palpar tus llagas y comer a
tu lado es creer
que tu misión no ha
terminado en el martirio del madero.
Que tu resurrección no es
una pascua a celebrar
anualmente,
sino una pascua radical que
contagia vida eterna
y nos hace aprendices de tu resurrección.
Es difícil entenderlo,
Señor,
y más difícil es hacerlo creíble
en nuestro entorno
cuando aún nos zarandean dudas y cobardías.
Pero Tú estás ahí. Seguro
de nosotros,
atravesando la puerta
de nuestra vida,
colándote por los
entresijos de nuestros pecados.
Tú ahí, humanizado en
cada uno de nosotros,
dispuesto a vencer la
pobreza y el sufrimiento de las gentes.
A dar cumplimiento a la esperanza
de tanta humanidad cansada
de malvivir y de luchar.
Afiánzanos en la fe,
Señor resucitado,
para que aprendamos a
reconocerte
en el corazón pascual
de nuestro mundo.
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