Pero, ¿quién es
éste?...
(Mc.4, 35-40)
¿Quién es éste
que al atardecer
nos impone la extraña travesía,
rumbo a la otra orilla, recostado a
popa,
como ausente de nuestra historia?
Nosotros ¡a remar!, según su santo
y seña.
Y darnos de
bruces con las borrascas
imprevisiblemente…
¡Con lo a gusto que estábamos en
nuestra orilla,
mecidos por el juego de las
pequeñas olas,
sin quebrantos,
sin las complicaciones del mar
adentro!
¿Quién es éste
que a popa parece ir dormido?
…
Señor, nos
hundimos.
No porque Tú
vayas sobre popa,
disimuladamente
ajeno. No.
Perecemos
porque confiamos demasiado
en nuestro
propio pelaje de lobos de mar.
Nos tienta el
miedo.
Sí. Ocupados en
nuestro futuro incierto,
no hemos
aprendido aún a mirar confiadamente
al cabezal de
popa, donde Tú estás,
sin fallar…
Nos atenaza el
miedo a la verdad,
y a la
libertad,
y a la audacia,
y a los riesgos.
Miedo, incluso a
tu insistencia… Remar
y remar hasta
la otra orilla
donde está la
humanidad
gritando con
dolores de parto,
o, tal vez,
paralizada a
causa de nuestros silencios estériles.
Danos el coraje,
Señor,
de arribar a la
otra orilla,
y anunciarte a
Ti,
sin temor a las
huracanes de los mares
y de las
tierras…
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