En la Primera Jornada de los Pobres en 2017 el
Papa Francisco dijo:
“Benditas las manos que se abren para acoger a los pobres y ayudarlos: son
manos que traen esperanza. Benditas las manos que vencen las barreras de la
cultura, la religión y la nacionalidad derramando el aceite del consuelo en las
llagas de la humanidad. Benditas las manos que se abren sin pedir nada a
cambio, sin «peros» ni «condiciones»: son manos que hacen descender sobre los
hermanos la bendición de Dios”.
Fiel a su pensamiento de que “hay que pasar a los hechos”, él ha sido el
primero en hacerlo invitando, con motivo de estas Navidad, a un grupo de pobres
a participar en una comida navideña, organizada por medio de la Limosnería
Apostólica, celebrada en el Centro Deportivo de la Guardia de Finanza en
Castelporziano. Las personas que comieron invitados por el Papa eran pobres,
gente sin hogar, inmigrantes y personas en situación de exclusión.
Hoy, mientras emerge cada vez más la riqueza
descarada que se acumula en las manos de unos pocos privilegiados, escandaliza una humillante sociedad de pobres en el
mundo. Ante tal indigno teatro no se puede permanecer ociosos, ni sumisos.
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