jueves, 17 de enero de 2019

REFLEXIÓN


En la Primera Jornada de los Pobres en 2017 el Papa Francisco dijo:
“Benditas las manos que se abren para acoger a los pobres y ayudarlos: son manos que traen esperanza. Benditas las manos que vencen las barreras de la cultura, la religión y la nacionalidad derramando el aceite del consuelo en las llagas de la humanidad. Benditas las manos que se abren sin pedir nada a cambio, sin «peros» ni «condiciones»: son manos que hacen descender sobre los hermanos la bendición de Dios”.
Fiel a su pensamiento de que “hay que pasar a los hechos”, él ha sido el primero en hacerlo invitando, con motivo de estas Navidad, a un grupo de pobres a participar en una comida navideña, organizada por medio de la Limosnería Apostólica, celebrada en el Centro Deportivo de la Guardia de Finanza en Castelporziano. Las personas que comieron invitados por el Papa eran pobres, gente sin hogar, inmigrantes y personas en situación de exclusión.
Hoy, mientras emerge cada vez más la riqueza descarada que se acumula en las manos de unos pocos privilegiados, escandaliza una humillante sociedad de pobres en el mundo. Ante tal indigno teatro no se puede permanecer ociosos, ni sumisos.


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