Y la gente se quedó en casa.
Y leyó libros y escuchó.
Y descansó y se ejercitó.
E hizo arte y jugó.
Y aprendió nuevas formas de ser.
Y se detuvo.
Y escuchó más profundamente. Alguno meditaba.
Alguno rezaba.
Alguno bailaba.
Alguno se encontró con su propia sombra.
Y la gente empezó a pensar de forma
diferente.
Y la gente se curó…
La pandemia
de coronavirus ha inspirado estos versos a Kitty O’Meara, maestra y asistente
espiritual en hospitales de Estados Unidos. Son versos que anuncian catarsis
ante el Covid-19. Purificación ante los esquemas virales.
Dese xeito poderemos trocar os medos en coidados,
a
angustia en esperanza,
e
o mal xenio polo confinamento obrigado nun espazo
vivo,
creativo,
cargado
de amor, de humor e de beleza humana ( cf. Regal en “Na soleira do Deus da vida”, Sept 2020)
La verdad
es que el bicho nefasto, microscópico y mortal, ha sembrado maldades por todos
los rincones del planeta, hasta llegar a las zonas “freáticas” de nuestra
humanidad. No hay más que lanzar una mirada viajera por el mundo para entender
la miseria que ha sembrado y sigue cosechando… Gentes -¡millones!- que se sienten hoy a la intemperie,
confundidos y desamparados en medio de
la crisis viral. Ha crecido una millonada laboral en paro, como millonada es
la irreversible mortandad humana a causa del tal “tsunamis-19”… El coronavirus
nos ha situado en el límite de una anarquía
pandémica, como si de un aquelarre se tratara, pero -¡a Dios gracias!- nos empuja a salir de su guarida…
porque, si bien es cierto que nos
aprieta por todos lados, no por ello nos aplasta (cf. 2Cor. 4, 8). Este
brujo pandémico, sin pretenderlo, nos ha
concedido un tiempo para la
creatividad: repensar nuestras vidas, descubrir los valores más importantes, como
salud, relación social, reencuentros
familiares, experiencias de imaginación con los niños, fomento de la
solidaridad, participación de bienes, empatías a espuertas… siempre la mayoría
de los ciudadanos “cuidando las formas”, obediente a la normativa sanitaria…
El coronavirus hay tiempo ya que nos puso de rodillas
para obligarnos a lamer el lodo de nuestra propia vulnerabilidad. Y seguirá por
un tiempo, según las predicciones de nuestros científicos, colapsando nuestra
salud. Pero el final está en el triunfo de la esperanza firme que leemos en el Evangelio, como Palabra humanizada y
comprometida de Dios. Ciertamente, no
puede ser de otra manera, siguiendo la práctica purificadora
de su propio mensaje. Es tiempo de
catarsis, concepto aristotélico, pero no menos cristiano, que nos va redimiendo
de esa tragedia que han dado en llamar Covid-19.
Dios se nos manifiesta, rompiendo esquemas, sea en el silencio neotestamentario de un
susurro que oye Elías (cf. I Re.19,
9-13) sea también en las tempestades de
la vida (cf. Mt. 14, 22-33). Él siempre
cercano a los sufrimientos y los gozos
de la gente (cf. Mc. 5, 21-43; 7, 24-37;
Jn. 2, 1-11; Jn, 11, 33-44;).
¡Infinita originalidad!
Por ello, hoy, Jesús caminando sobre las turbulentas
aguas del virus, no pretende transmitirnos
seguridades con falsas esperanzas. Nos exige respuesta, como a Pedro: Ven (Mt. 14, 29). Somos
positivos y, con la santa de Ávila, decimos: “Tristeza
y melancolía no las quiero en casa mía”…
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