De
nuevo llueve sobre mojado… el virus sigue campando por sus fueros: más
contagios, algunas muertes más, nuevos confinamientos… y una economía que se
desinfla sin parar… ¡Brazos caídos, desesperados!
Un precio bien alto: cada humano contagiado
o fallecido es una historia única que intenta buscar razones en nuestra mente,
en nuestro corazón. La sinrazón de lo real… y más cuando nos toca de cerca,
familiarmente hablando, las zarpas del bicho.
Pero la esperanza no claudica, único faro ante lo que parece injusto por
incomprensible… Por ello, intento entender el poema “Silencio” de Octavio Paz, en
el funeral de Estado por las
víctimas del coronavirus, el pasa 16 de julio:
brota una nota
que mientras vibra crece y se adelgaza
hasta que en otra música enmudece,
brota del fondo del silencio
otro silencio, aguda torre, espada,
y sube y crece y nos suspende
y mientras sube caen
recuerdos, esperanzas,
las pequeñas mentiras y las grandes,
y queremos gritar y en la garganta
se desvanece el grito:
desembocamos al silencio
en donde los silencios enmudecen.
Nuestra sociedad permanece en la inmunodepresión… en cuanto enigma
que no es capaz de aminorar el ranking
elevado de contagios o muertes. Se habla
de una carrera a escala “internacional” de búsqueda de vacunas (¡Cada proceso
de investigación por su lado, lamentablemente!). De momento, pues, el cuerpo no puede producir
una respuesta inmunitaria adecuada. Y permanecemos a merced de un virus
caprichoso que todavía no ha desvelado toda su metamorfosis, y sigue siendo como
el estridor de grillos y cigarras…. Nos ha cogido en nuestra propia desnudez
científica. Dicen que seis proyectos se
encuentran en la fase más avanzada, mientras que Rusia asegura que ya la ha
desarrollado. ¡Nuestro silencio calla!
Parece
que bebés se han contagiado de coronavirus en su primer mes
de vida, aunque la mayoría de ellos
no ha tenido ningún síntoma, según un registro puesto en marcha el pasado abril
por la Sociedad Española de Neonatología. Cierto,
por otro lado, que en el mundo mundial se dice hoy que EE.UU. es el país con
más contagios y más fallecidos, pero el virus se sigue extendiendo con
celeridad por Brasil, India, Rusia... Nuestro mismo
Ministerio de Sanidad ha registrado casi dos mil casos de
coronavirus en 24 horas, y un total trescientas y pico mil infecciones confirmadas a través de
pruebas PCR, lo que mantiene a España a la cabeza de Europa occidental. Y
mientras tanto sigue subiendo la lista de parados y paradas: muchos miles de trabajadoras
del hogar fueron despedidas en estos últimos meses… y más paro en pequeñas y
medianas empresas. El silencio enmudece compitiendo con las informaciones y
desinformaciones de los bufones políticos de turno… y sólo se rompe ante la palabra profética del
Papa Francisco o de nuestro llorado Casaldáliga, el obispo de los pobres: ¡urge globalizar la solidaridad y humanizar
la humanidad!
Asimismo, hemos de cuidar el aforo en nuestros "necesarios" encuentros y las medidas sanitarias. Toda la prudencia es poca por los rebrotes en cada rincón que pisamos. Como humanos, y aún más como cristianos, tenemos que ser ejemplares en el cumplimiento de las pautas de salud pública... Como pedía el cardenal Omella, hace días en una entrevista: se aparquen las diferencias políticas y se trabaje de forma conjunta y en busca del bien común para afrontar la situación de crisis sanitaria y económica. Todo un camino a seguir de cara al extraño curso que está (esperemos) a punto de comenzar.
Y más... Medio millón de niños del área metropolitana de Beirut, antes de las explosiones, se estaban viendo obligados a luchar cada día para sobrevivir por la irrupción de la pandemia y el confinamiento. Y -¡horror!- llegó la artillería destrozando vidas… Y a todo esto, por nuestras tierras, se une el alarmante abuso de los espacios de ocio al amparo del consumismo bestial. ¡Riesgo de botellones!
Que el
silencio –nuestro silencio- sea floral para vivir felices reivindicando un respiro ecológico
para el planeta y la consumación de una esperanza militante que se haga viral.
Bien a pesar del silencio, ¡el mismo silencio floral de Dios!: Porque Dios
es como el sol. Se le vea o no se le vea, que aparezca o se oculte, Él brilla (cf. Éloi Leclerc, “Sabiduría de un pobre”).
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