Necesitamos nuevas coordenadas para encontrar la posición que nos adentra en la Luz. Una nueva conciencia que nos permita ver lo esencial que es “invisible a los ojos”, como escribió Antoine de Saint-Exupéry. El verdadero valor de las cosas no siempre es evidente. El tiempo de Adviento nos trae un mensaje que no puede desenfocarnos de lo esencial: camino que nos abre a la Luz. Para ello es necesario prestar atención a la “periferia”, como repite muchas veces el Papa Francisco, si queremos ver el mundo tal cual es… donde está la miseria y la exclusión, los sufrimientos y las penurias, la enfermedad y la soledad, pero donde está fundamentalmente el marco de todas las posibilidades. Feliz Adviento, si desde nuestra orilla esperamos al Señor de la Luz, con el compromiso de derribar muros y construir puentes, ¡nuestro cometido cristiano! Feliz Adviento, si desde la generosidad y la solidaridad nos ubicamos manifiestamente en esa otra orilla de la esperanza pascual.
Esto pasaba en Betania en la otra orilla del Jordán… (Jn. 1,6-8.19-28)
En la otra orilla, en la Betania global,
donde
la gente parece nadie
—sólo
lucha anónima y compromiso silencioso—
está
el punto de encuentro de todos los testigos
de
la Luz.
Es
en esa orilla, fuera de la ciudad santa,
fuera
del señorío religioso,
donde
la voz cobra vida para allanar el camino
al
que es la Luz.
Es
en esa orilla sin honores ni cargos,
en
la Betania de la calle,
lejos
de la sociedad de los altares,
donde
nadie se apropia la exclusiva de la verdad
transformadora.
Es
en esa orilla, al otro lado del Jordán
humano,
con
entraña expectante,
donde
surge el eco del Espíritu,
testimonio
de la Palabra hecha carne.
En
esa otra orilla es donde los obreros
gastan
la vida en abrir caminos de buena nueva
al
que ha de venir,
al
que ya está, en su presencia velada,
entre
los humildes y desgraciados de la tierra,
entre
los sembradores de buena voluntad.
* * *
Señor,
Luz verdadera, estás en medio de nosotros
y
aún no te conocemos, a pesar de los siglos…
Tal
vez porque nos cegamos en nuestras propias
y
pobres luces.
Que
tu Espíritu nos tienda su mano para portar la antorcha,
a
sabiendas de que sólo Tú eres la luz verdadera.
Que
medie tu Espíritu entre nosotros para interpretar la obra
a
sabiendas de que sólo Tú eres el protagonista.
Que
tu Espíritu nos ayude a entonar la partitura
a
sabiendas de que sólo Tú eres la melodía.
Que seamos, Señor, sólo la voz que clama en el desierto,
para no eclipsar el universo de la esperanza pascual.
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