El texto de Jn. 1, 35-42 es uno de los pasajes evangélicos
que más me apasiona del Nuevo Testamento. Permitidme esta confidencia. Se ha
proclamado en la liturgia del pasado domingo.
En él hemos contemplado a dos discípulos de Juan Bautista, uno de ellos Andrés
y el otro posiblemente Juan, el “discípulo amado”, quienes orientados por el
propio Bautista, se ponen a seguir a Jesús. Caminan tras Él en silencio hasta que
Jesús se vuelve y les pregunta: ¿Qué
buscáis?, como diciendo ¿qué queréis de mí? Ellos le responden: Rabí, ¿dónde vives?, como diciendo ¿cuál
es el secreto de tu vida? Jesús les contesta: Venid y veréis. Este diálogo nos lleva a lo esencial de la fe
cristiana. Es búsqueda, en primer lugar. Buscar a alguien. En la búsqueda, los
discípulos cual zahoríes descubren al Mesías, como manantial de vida y libertad.
Intercambio de miradas… Denso y comprometido
encuentro. Encuentro que, pasados veinte siglos, nos dinamiza desde dentro,
haciéndonos dóciles al impulso interior bajo el asombro de la cercanía divina.
Nace la fe en ellos como un místico combinado entre la iniciativa divina y la libertad humana. Se embarcan en la pasión de pasar todo el día a su lado. y abandonar sus “seguridades” donde viven, y remar en el mar de la esencia evangélica… que no es otra que el Reino de Dios. Un Reino cuyo sentido último es orientar la vida a construir un mundo más humano. Reino que comienza aquí, en mi entorno, y alcanza su plenitud en la vida eterna. Si quiero vivir la experiencia de lo que es creer en Cristo, debo movilizar todo mi mundo interior, a sabiendas de que sólo Jesús merece ser seguido. Es la fe que implica radicalidad. Elección y ruptura. Abandonar la ribera gratuita del Jordán (¡de mi Jordán!) y asumir la misión comprometida de seguir un Camino nuevo, imprevisto, refrendo decisivo rubricado por el inmenso gozo de saber “dónde vivía y quedarse con Él todo el día desde las cuatro de la tarde”… Aquel encuentro debió producirles una impresión tan profunda, que Andrés, encontrando a su hermano Simón, lo llevó a Jesús. ¡Misión del cristiano!
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