... Estaban en la barca repasando las redes (Mc. 1,14-20). Y comenzó a llamar a sus primeros discípulos para llevar adelante su misión. Herodes, encarcelando a Juan, pensó que con esto se iba a terminar la fiebre del Reino, pero lo que hizo fue avivarla más… La llamada de Jesús veda toda espera pasiva. No se trata de oírla como los discípulos de los escribas, sino de escucharla y abrazar el Evangelio. La tibieza no se tolera, tampoco la vacilación.
Como Simón y Andrés,
como Santiago y Juan,
andaba yo entre mis redes,
cuando he oído tu llamada…
Me invitas, Maestro,
a ser discípulo tuyo en estado puro,
lejos de las comparsas del corazón.
Me llamas a enrolarme en tu tarea,
a asumir tu misión sin utopías,
sin seducciones que agrieten aún más
las esquinas de mi alma.
Pero… algo
me impide seguirte a Ti, Señor,
que pasas junto al lago de mi vida.
Es la espesura de mis redes,
¡maraña de rosas, que sueña mi pobre andar!
Me llamas
como a Simón y a Andrés,
como a Santiago y a Juan.
Me llamas.
Me llamas a desenredar todo vasallaje,
a desandar caminos
de barcas y redes.
Me invitas
-¡feliz de mí, que se ha cumplido el plazo!-
a pescar de otra manera
en la mar globalizada de los hermanos,
entroncada en tu novedad.
Y pues me has confiado tu faena,
suene de nuevo tu llamada en mi Genesareth,
que yo canjearé, Señor,
el rumbo de mis redes.
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