jueves, 2 de marzo de 2023

ME LO PIDE LA SANGRE

 


Nikos Kazantzakis, en “Cristo de nuevo crucificado” (capítulo XX), pone en boca de Brahimaki: Déjame por lo menos matar a uno… ¡Me lo pide la sangre! Un pasaje que me marcó mucho en su momento. Hoy me  pregunto si  no dirá lo mismo otro ruso, por nombre Vladimir Putin, o el mismo yihadista de Algeciras o tantos otros asesinos sueltos…

Con motivo del reciente viaje pastoral del papa Francisco al Congo y Sudán del Sur, se han publicado imágenes impactantes de violaciones y mutilaciones. Es imposible llegar a comprender tanta brutalidad. Parece que estamos ante la deconstrucción de toda ética: bullying y violencia escolar, violencia doméstica, violencia callejera, interrupción del embarazo no deseado, eutanasia, guerras, genocidios, etnocidios… Si abrimos este “mapamundi” de la atrocidad humana, nos tienta a pensar que toda violencia es una secuela inevitable de nuestro código genético. ¿Determinismo humano? Sin embargo,  el memorial del dolor procesado en el corazón del Pontífice nos encamina hacia una  “lógica” contrapuesta. Nos trae a la memoria  el símbolo magnánimo de Ladislas Kambale, poniendo a los pies de la Cruz el machete con el que los mercenarios de la guerra decapitaron a su padre. ¡La condición humana es abordada por la grandeza del perdón!

En verdad, hemos de asegurar que la agresividad violenta no es cosa de nuestro material genético, sino efecto del escenario social y educativo y, por tanto, en su mayoría, producto del discurso maniqueo de las ideologías sociopolíticas. Ya Cicerón, un siglo antes de Cristo, afirmaba, en sus diatribas contra la crueldad y la tortura, la superioridad de la dialéctica política civil por encima del choque de las armas. (cf. De Officiis, tercer libro). Los conceptos residuales de la barbarie humana nos presiona a todos a unirnos en una causa común en favor de la paz y una vida digna. La paz es el don más necesario del mundo actual y la tarea más urgente de personas, comunidades e instituciones. Trabajar por la paz es la más noble misión de la mujer y del hombre (cf. Nicolás Castellanos, “Cartas desde las periferias”, 2022, pag. 131). Hemos de abrirnos, pues, a la esperanza como posibilidad real de paz. No podemos permitir que siga creciendo la resignación y el fatalismo. A pesar de tanta violencia que nos azota por todas partes, nos reafirmamos en la posibilidad de la paz. La imagen del papa Francisco, agachado, besando los pies del presidente sursudanés es todo un gesto de esperanza. Coherencia profética del Pontífice que nos habla de buscar la paz desde nuestro propio corazón. Se podrá salir de esta red enmarañada de tensiones, si somos capaces de  forjar caminos nuevos donde lo ilógico de la fuerza no pueda triunfar jamás sobre la lógica de la razón.

Cuando niños, inconscientemente, “jugábamos” a matar gorriones con tirachinas. Y hoy, conscientemente, nuestros niños juegan a matar con sus videojuegos, involucrándose emocionalmente en batallas on line con sus amigos. Tecnología de la ficción que justifica nuestra insistencia en sensibilizar a los niños en el respeto a la vida desde su currículo escolar y su propio medio familiar. (En ciertos ambientes de marca política, no es ningún secreto el intento de desposeer a la familia, y a la misma Iglesia, de su función propiamente educativa). Es bien triste observar en las redes sociales modelos estereotipados y alienantes de héroes e ídolos, ¡modelos infantiles inversos de la vida real! ¿El niño, futuro de paz?

Al tiempo que bregamos entre la fragilidad y la solidaridad, el deseo, la ilusión y la imaginación, merecería la pena soñar: soñar en roturar caminos nuevos de solidaridad,  abrir grietas en los muros de todas las violencias, apostar por la cultura de la vida y  por la utopía de la paz, ¡que no es evasión de la realidad!: hemos nacido para vivir en mundo ético, justo y libre. ¡Hermosa y necesaria utopía! Nos lo pide la sangre.

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