(Jn.18, 33-37)
Es mi voluntad vivir en tu verdad, Señor.
Por eso,
desde el pretorio de mi corazón
trato de descubrirte como mi rey.
Pero no atino,
porque me invade la idea de un rey que manda,
y tú, sin embargo, sirves.
Un rey que nace y vive en palacio,
y tú tienes por cuna un establo y vives entre la multitud
de enfermos y pobres.
Un rey que usa corona de oro,
y tú te dejas coronar de espinas.
Los reyes se me antojan luciendo cetros relucientes,
y yo veo que tu vara de mando es una caña
para la movida de insultos y risas de los de afuera.
Los reyes posan sobre sitiales solemnes,
y tu trono es la cruz…
…
¡Ya empiezo a entender!
Tu reino no es de este mundo
pero es para este mundo
que debe superar el cáncer del consumismo y la competencia,
que no debe tolerar las infinitas mentiras e injusticias,
que debe desmantelar toda exclusión social.
Entiendo, sí…
Eres rey desde la cruz para descrucificar el mundo
con su dinero, su prestigio, su poder,
su yo.
Eres rey, esencia profética del reinado del Padre,
que tú mismo vienes a instituir.
Cordero pascual flagelado,
mi rey nazareno,
déjame gritar convencido desde mi pretorio,
sincero y humano,
¡venga a nosotros tu reino, Señor!