martes, 25 de noviembre de 2014

LLORA LA IGLESIA

   La inmoralidad humana ha tocado fondo en los supuestos escándalos de algunos curas de Granada. El insólito gesto del arzobispo al postrarse en el suelo para pedir perdón al comienzo de la misa en la catedral, el pasado domingo, es una prueba palpable de que un delito muy grave se ha cometido en su diócesis. Es, sin duda, el mayor caso de pederastia en la historia reciente de la Iglesia en España. 
    Granada entera está pidiendo que resplandezca la verdad cuanto antes y, de manera diligente y rotunda, que la justicia aplique todo el peso de la ley. De hecho, los tres sacerdotes, supuestamente acusados de pederastas,  han sido ya apartados del ministerio por orden del arzobispo.
   El papa Francisco está siendo absolutamente beligerante ante estos comportamientos de paidofilia que a todos nos conmueven. La Iglesia llora. Y sus lágrimas, de rebote, han situado al arzobispo en el punto de mira del Vaticano.  Estos hechos delictivos están pidiendo depurar también la responsabilidad que corresponde indirectamente al propio arzobispo de Granada, que arrastra demasiadas polémicas sonadas, desde que inició su andadura pastoral en esta diócesis, en 2003. 
   Es hora, asimismo, de preguntarse a dónde se encamina nuestro mundo con la yihad que alimenta el Estado Islámico, obligando a los niños a contemplar la violación y el asesinato de sus padres, crucificando a los que mantienen su fe cristiana, vendiendo como esclavas a jóvenes cristianas, decapitando vilmente a quienes consideran  “los enemigos de Alá”.
   Del mismo modo, miramos terriblemente conmocionados por esa otra lacra social que va de las violaciones sexuales a la prostitución forzada,  de la explotación laboral al tráfico de personas, del aborto selectivo en función del sexo a la ablación de clítoris, a los ataques homofóbicos, a la violencia doméstica  con sus más de setecientas muertes en nuestro país, como hemos recordado con motivo de la Jornada Internacional de lucha contra la violencia de género...
   La Iglesia llora… y ¡nuestro planeta!

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