No desprecian a un
profeta más que en su tierra…
(Mc. 6, 1-6)
Sorpresa la
tuya, Señor,
sin duda…
Esperabas la
cálida acogida
de tus vecinos, de
tu propia familia,
devotos todos del
sábado,
pero encallaste
en la ceguera de la sinagoga,
como precio de
tu audacia evangélica.
Hoy, a bordo de tu
nueva sinagoga,
reiteradamente
incomprendido,
ves que nuestra
fe, cansada tras siglos,
dormita sobre el
tajamar de las excusas.
Sorpresa la
tuya, Señor,
sin duda…
por las ataduras
que vejan la autenticidad.
Pero Tú sigues sin arredrarte,
igualmente audaz,
recorriendo nuestros laberintos,
reactivando en nosotros ascuas
de vida nueva.
Sorpréndenos definitivamente,
como sacramento
de tu humana piel,
y cambia
nuestras viejas seguridades
por la
transparencia siempre nueva
de tu Palabra,
Jesús de Nazaret.
¡Y serás profeta
en tu tierra!
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