Y mirando al cielo
suspiró y le dijo: effetá, esto es ábrete.
(Mc.7, 31-37)
Tú, amigo sordo, que apenas
puedes hablar,
sobre tus barreras
portas el silencio de los que
quieren hablar,
hasta que la saliva de salud
restañe los delitos de los que
no quieren oír.
La voz-de-los-sin-voz
clama
en la Decápolis universal de
nuestro tiempo
su trágica confusión.
¡Effetá!, dice Jesús.
Abríos
y liberad los rincones de tantas
trabas,
de cuantas hipocresías tañen
campanas.
¡Effetá!
Abríos sin miedos
al bramido de los mares
y al crujido de los vientos.
Pues,
camino del lago, todos estamos
llamados a ser
grito y pregón, espada y pan,
remo y mar, sin descanso,
para hacer oír, en el colmo del
asombro,
la Noticia de quien todo lo ha
hecho bien…
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