Señor, déjala todavía
este año…
(Lc. 13, 1-9)
en tu corazón de Dios Padre,
aunque se pierda entre las mil hojas
de su vida,
sin dar fruto.
¡Qué gozo encontrar un labrador que
sabe esperar
más allá del tiempo!
Yo, sin embargo,
he creído tanto en tu divinidad,
que he amurallado tu encarnación,
para alejarte de mis fanatismos e
intolerancias.
Mi historia te sigue encuadrando en
viejos clichés
que no se corresponden a tu locura de
Padre,
chifladura investida de humanidad.
Tú eres humanismo puro, Señor,
terreno donde a gusto echas tus raíces
de fuego que calienta,
de luz que ilumina,
de esperanza que germina.
Quieres fruto,
pero tu amor es tan inmenso,
que aún sin despuntar las yemas de mi
higuera,
Tú ya ves las brevas en lontananza.
Es la química de tu amor,
que no rueda sobre imperativos
alienantes.
A pesar de mis enredos con la tibieza
o las dudas,
la fragilidad o la torpeza,
mantén el tiempo en tu labrantío
para dejar que mis retoños
se aclimaten y maduren, se abran y
fructifiquen…
¡Gracias, labrador,
por confiar todavía en mi higuera,
gracias, sí, por tu paciencia
campesina!
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