Yo soy la vid
y vosotros los sarmientos…
(Jn. 15, 1-8)
Tú,
ungido en lo más profundo de nuestra humanidad,
vencedor
de pasión y muerte,
eres
el cumplimiento de la fidelidad a Dios,
consumación
de tu inseparable generosidad.
Con
inmenso amor de Dios humanizado,
eres
la vid plantada por el Padre
en
nuestra estepa árida,
por
encima de cierzos y heladas…
Tu
eres la cepa, armonía de Padre e Hijo,
que
cobra todo su sentido
cuando
la savia irrumpe en nuestro linaje.
Los
sarmientos podados en el amor
del
labrador,
invaden
de fruto abundante la viña.
Nos
lo dejaste dicho en tu Cena pascual,
cuando
vid y sarmientos soñaron
con
el vino sabroso que anestesia egoísmos,
y
cobardías, y miedos…
Nuestras
yemas no se secarán jamás.
¡Palabra
de la vid!
Son
retoños que fructificarán injertados en Tí,
inmunizados
con tu gloria de viñador.
Gracias,
amor de Dios,
porque
en nuestra estepa árida has plantado tu vid,
por encima de
cierzos y heladas…
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