Para este tiempo de Pascua recuerdo este relato de Hermann Rodríguez, S.J:
Cuentan la historia de
un soldado que se acerca a su jefe inmediato y le dice: “–Uno de nuestros
compañeros no ha regresado del campo de batalla, señor. Solicito permiso para
ir a buscarlo”. “–Permiso denegado –replicó el oficial–. No quiero que
arriesgue usted su vida por un hombre que probablemente ha muerto”. Haciendo
caso omiso de la prohibición, el soldado salió, y una hora más tarde regresó
mortalmente herido, transportando el cadáver de su amigo. El oficial, furioso,
le gritó: ”–¡Ya le dije yo que había muerto! Dígame, ¿valía la pena ir allí
para traer un cadáver arriesgando su propia vida?” Y el soldado moribundo
respondió: “–¡Claro que sí, señor! Cuando lo encontré, todavía estaba vivo y
pudo decirme: ‘¡Estaba seguro que vendrías!". En estos casos es cuando se
entiende que un amigo es aquel que se queda cuando todo el mundo se ha ido. Los
verdaderos amigos no calculan costos, ni están midiendo gota a gota su propia
entrega. Un verdadero amigo no sabe de ahorros, ni de moderaciones en la
generosidad. “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos”
(Juan 15, 13), decía Jesús antes de su propia entrega hasta la muerte, y muerte
de cruz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario