El triunfo de los mediocres
Hemos creado una cultura en
la que los mediocres son los alumnos más populares en el colegio, los primeros
en ser ascendidos en la oficina, los que más se hacen escuchar en los medios de
comunicación y a los únicos que votamos en las elecciones, alguien cuya carrera
política o profesional desconocemos por completo, si es que la hay.
Estamos tan acostumbrados a
nuestra mediocridad que hemos terminado por aceptarla como el estado
natural de las cosas. Sus excepciones, casi siempre, reducidas al deporte, nos
sirven para negar la evidencia.
Mediocre es un país donde sus habitantes pasan una media de 134 minutos al día frente a un televisor que muestra principalmente basura.
Mediocre es un
país que en toda la democracia no ha dado un solo presidente que hablara inglés
o tuviera unos mínimos conocimientos sobre política internacional.
Mediocre es el
único país del mundo que, en su sectarismo rancio, ha conseguido dividir,
incluso, a las asociaciones de víctimas del terrorismo.
Mediocre
es un país que ha reformado su sistema educativo tres veces en tres décadas
hasta situar a sus estudiantes a la cola del mundo desarrollado.
Mediocre es
un país que tiene dos universidades entre las 10 más antiguas de Europa, pero,
sin embargo, no tiene una sola universidad entre las 150 mejores del mundo y
fuerza a sus mejores investigadores a exiliarse para sobrevivir.
Mediocre
es un país con una cuarta parte de su población en paro, que sin embargo,
encuentra más motivos para indignarse cuando los guiñoles de un país vecino
bromea sobre sus deportistas.
Mediocre es un
país donde la brillantez del otro provoca recelo, la creatividad es marginada –
cuando no robada impunemente- y la independencia sancionada.
Mediocre es un país
en cuyas instituciones públicas se encuentran dirigentes políticos que, en un
48 % de los casos, jamás ejercieron sus respectivas profesiones, pero que
encontraron en la Política el más relevante modo de vida.
Es Mediocre un país que ha hecho de la mediocridad la
gran aspiración nacional, perseguida sin complejos por esos miles de jóvenes
que buscan ocupar la próxima plaza en el concurso Gran Hermano, por políticos
que insultan sin aportar una idea, por jefes que se rodean de mediocres para
disimular su propia mediocridad y por estudiantes que ridiculizan al compañero
que se esfuerza.
Es Mediocre un país, a qué negarlo, que, para lucir
sin complejos su enseña nacional, necesita la motivación de algún éxito
deportivo.
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