Vamos hacer tres tiendas….
(Mc. 9, 1-10)
Te veo feliz,
Pedro, discípulo del Galileo,
instalado con Santiago y Juan
en la complicidad de la nube.
Apeado del mundano terrenal que habla
incompresiblemente de cruz y dolor…
¡Como si eso no fuera contigo!
Tres tiendas, sí. Una para tu Nazareno,
las otras para los radiantes Moisés y Elías.
Y ninguna para los de abajo, el mundo de los parias.
Como suena...
Tú tentado a aparcar los compromisos
con el barro de cada día,
a bloquear el camino de vuelta a casa.
¡Es tan humano gustar el consuelo del Tabor!
Tuvo que espabilarte la palabra salida de la nube,
para
romper tu anclaje en lo alto del monte,
para
quebrar tu sueño de gloria,
para
meterte el susto de despertar a la vida diaria.
Y es que la
fuerza liberadora del Evangelio
no
está en las tres tiendas de tus pretensiones,
sino
en la concordia con el hermano de vida rota,
en
la esperanza desesperada del vecino,
en
la llanura llana
de cada día.
Pedro, sin duda, te marcó demasiado
el blanco deslumbrador del monte.
Pero ahora, baja a nuestro llano,
y ayúdanos a saborear el trago feliz
de la amistad del Maestro, que tú has vivido.
Ayúdanos a batirnos en el barbecho que espera
siembra,
junto al dolor desgarrado de pobres, enfermos,
ancianos…
¡con la misma fascinación del Tabor!
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