Ante las simas
espirituales y morales de la humanidad, ante al vacío que se crea en el corazón
y que provoca odio y muerte, solamente una infinita misericordia puede darnos
la salvación. Sólo Dios puede llenar con su amor este vacío, estas fosas, y
hacer que no nos hundamos, y que podamos seguir avanzando juntos hacia la tierra
de la libertad y de la vida…
El anuncio gozoso de la
Pascua: Jesús, el crucificado, «no está aquí, ¡ha resucitado!» (Mt 28,6), nos
ofrece la certeza consoladora de que se ha salvado el abismo de la muerte y,
con ello, ha quedado derrotado el luto, el llanto y la angustia.
El Señor, que sufrió el
abandono de sus discípulos, el peso de una condena injusta y la vergüenza de
una muerte infame, nos hace ahora partícipes de su vida inmortal, y nos concede
su mirada de ternura y compasión hacia los hambrientos y sedientos, los
extranjeros y los encarcelados, los marginados y descartados, las víctimas del
abuso y la violencia. El mundo está lleno de personas que sufren en el cuerpo y
en el espíritu, mientras que las crónicas diarias están repletas de informes
sobre delitos brutales, que a menudo se cometen en el ámbito doméstico, y de
conflictos armados a gran escala que someten a poblaciones enteras a pruebas
indecibles…
Lleven a todos la
alegría de Cristo Resucitado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario