El Roto, tomado de El País |
¡El gran teatro del mundo, el nuestro!… Nada tiene que ver con el auto
sacramental de nuestro don Pedro. No. Estamos ante un auto cojonal (¡con perdón!), lejos del siglo XVII. El gran teatro de una
España políticamente dispersa, sin garantía de solución para el estado de
bienestar, por primera vez en toda su democracia. Teatro, pues.
La función empezada el 20/N, tras una hilera millonaria de españoles
luciendo sus papeletas… ¡aún no ha terminado! Eso sí, actores todos nacidos en las urnas: populares,
socialistas, podemistas, ciudadanos, comunistas, independentistas… todos están por representar bien su
papel. Pero los de butaca, silenciando lógicamente
los aplausos entre escenas, aún no sabemos de cuántos actos consta la función.
En los descansos, en el ambigú de cada cual,
todo el público se pregunta por el final de la tragicomedia, para poder enterarse,
por fin, de qué va la obra. No lo hacen mal los actores, no, cada cual en su
papel de mesías, como modelos representativos de la casta política, pero el
argumento está tan embrollado, que dista mucho de la obra del señor Calderón de
la Barca, donde quedaba claro que la vida humana
era como un teatro donde
cada uno representa un papel con el consiguiente juicio divino.
No sabemos si la farsa representada por nuestros
políticos verá caer el telón definitivamente en fecha próxima o allá por junio,
para gloria o infierno de cuantos dormimos el sueño de la expectación; o si,
sobre el escenario, cada actor hará mutis por el foro, dejando boquiabiertos a
unos espectadores sumidos en la inestabilidad política, social, económica…
La frustración diaria de las alternativas aritméticamente
viables nos lleva a pensar que se trata, en su mayoría, de políticos novicios
ofuscados por la codicia del poder. Así se explica que los medios de
comunicación, día a día, siguen remachando, con sabor a rosario de la aurora,
que Rajoy tienta a Sánchez, que éste presiona al Iglesias populista,
vicepresidente “en ciernes”, que no para de dar “coletazos” a Rivera, al mismo
Rajoy y al propio Sánchez… y a la banlieue
política donde el secesionismo campea por sus fueros.
Producto de todo esto es ese desencanto general de
la ciudadanía que, asimismo, se ve invadida más y más por dirigentes sin
escrúpulos que lo mismo “atesoran” corrupciones sobre el mismo escenario común,
que niegan en el sur gaditano entregar el legítimo premio a la oposición
venezolana, o humillan a las Fuerzas Armadas en el municipio barcelonés…
Dirigentes sectarios que no hacen más que envenenar la convivencia sobre el
suelo patrio. Ah, para nuestra mayor
desgracia, no podemos olvidar lo visto y oído, desde nuestras butacas de
pasmados espectadores, sobre besos, proclamas de amoríos y demás chascarrillos
en que se ha convertido el Congreso de Diputados (¡ojo! y Diputadas), cual si
se tratara de una nueva puesta en escena de nuestro devenir político.
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