Vosotros sois testigos de esto.
(Lc. 24,46-53)
Asciende el Mesías,
tras su muerte y resurrección,
para descender a las cárceles de todas
las injusticias,
para derribar las fronteras de todas
las debilidades,
para bajar de las nubes a todos los
espejismos.
Asciende el Mesías
y nos encomienda ser su relevo
en los caminos de todos los tiempos,
que van de Nazaret a Jerusalén,
del Jordán al Tiberiades.
Asciende el Mesías
y nos encarga salir a la tierra de
nuestros hermanos,
donde nuestras manos esperan clavarse
en las suyas,
donde nuestros labios aguardan reflejar
su sonrisa
y nuestros pies pisar sus huellas.
Asciende el Mesías sin salir de su
humanidad
para que su pasión de amor enlace con
nuestras indolencias,
para que su historia de pobreza remonte
la infidelidad de la nuestra,
para que su antorcha de vida
inaugure la novedad de nuestra
ascensión.
Asciende el Galileo,
tras su muerte y resurrección,
para delegar en nosotros como testigos
suyos,
hasta los confines de la tierra.
¡Aleluya, aleluya!
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