Ese acoge a los pecadores y come con ellos…
(Lc. 15,1-32)
He dilapidado tu riqueza, Padre
mío,
he roto ciegamente tu
lazo umbilical.
Una vez, y otra, y
otra,
he partido a países
lejanos
sin reparar en tu
ternura gratuita.
Me he encontrado en
mundos
de muerte,
insoportable tristeza
entre falsos ídolos.
En mis nieblas,
he recordado por
fortuna
la palabra de tu
Hijo, el Nazareno,
revelando tu corazón
de Padre bueno.
Y me levanté para
salir a tu encuentro.
En el camino
—¡oh frescura
sustancial!—,
me topé con tu
abrazo.
Eras sonrisa de niño
grande,
esencia de Dios
nupcial.
Ahora,
en mis silencios hay
música,
hay calma en mis
tempestades,
en mi soledad hay
brisa de paz…
¡Abba, ternura original!
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