Dada la velocidad
cómo el Covid-19 se ha desarrollado a escala mundial y la facilidad cómo se ha
propagado, esta pandemia habla de ser insólita desde los tiempos inmemoriales del comienzo de la
vida humana.
Insólito e inconcebible
resulta que tal virus microscópico siga desafiando mortalmente a todo
un planeta de más de siete mil millones de habitantes con una infinita
capacidad de contagio. El virus, residuo de nuestros egos, nos ha puesto de
rodillas a toda nuestra humanidad ebria de autosatisfacciones...
Hoy, día de
la Ascensión del Señor resucitado, este hecho tristemente contrastable del
coronavirus está exigiendo el contagio de otro “virus” que haga posible un tejido de solidaridad tal
que dé muerte definitiva a tantas muertes por hambrunas, por guerras, por
atentados, por enfermedades curables, por cambio climático provocado, por incoherencia de la gente que no guarda las
prescripciones sanitarias… ¡Ello será lo que dé sentido a la vida que anhelamos!
Un nuevo “virus”,
pues, que genere armonía y obre la paz
a partir de la fe en el Evangelio como forma de vivir. La recomendación de hoy
es abandonar la complacencia de nuestro personal Tabor y bajar al terreno de los
hermanos que sufren y seguir al Maestro, viviendo con él y como él.
Todavía no sabemos ni el cuándo ni el cómo del acabamiento de
la pandemia, pero es obligado empezar a reconstruir ese puzzle de esperanza ante la inmensa crisis que se nos
avecina…
Id y haced discípulos…
(Mt. 28, 16-20)
Amigos
del Galileo,
dichosos
vosotros que lo habéis visto subir al cielo,
tras
su vapuleo en la tierra por amor.
Ahora
triunfa. Sube a los cielos…
y
os quedáis pasmados mirando a las nubes,
como
huérfanos,
esperando
que las cosas de la tierra
se
arreglen desde el cielo.
Habéis
vivido la ilusión de tenerlo a vuestro lado
y
ahora se marcha a cumplir con el Padre,
no
sin antes echar el cerrojo a vuestros miedos.
Porque
ahora suena vuestra hora en su Espíritu:
ser
audaces testigos
y
gallardos arrieros en el camino que conduce a Él.
Fue
necesario que os dejara.
Habríais
podido continuar mucho tiempo alucinados,
mirando
al cielo, soñando castillos en el aire,
a
pesar de la urgencia de su evangelio.
Hacía
falta que Él se fuera
para
que todos los hombres escuchen su voz
a
través de vuestra voz.
Id,
no
sigáis agarrados a las nubes.
Mostrad
su camino que sólo pasa a través de los hermanos.
Despegad
del cielo, sí.
Y
pisad bien la tierra,
como
hombres nuevos que saben dar la talla.
en
medio de dudas e inseguridades.
No
es fácil la tarea que os ha dejado el Maestro:
Id
y proclamad el mensaje a pesar de la sordera del mundo.
Id
y mostrad los signos, en medio de la ceguera global.
Id
y predicad el amor entre el barbecho de los odios.
Id
y sed testigos en medio de la orfandad que provocan
las
mieles de este mundo.
No,
no es fácil, pero ésa es vuestra tarea,
¡y la nuestra, como
seguidores del Nazareno!…
Y hablo el Espíritu Santo.
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