Murió el pasado 16 de mayo,
pero el eco Anguita continúa sonando. Y perdurará… como milagroso ejemplar de
político honesto. Por ello, yo me sumo a cuanto se ha escrito sobre Julio
Anguita. Se han oído muchas voces, también se ha leído mucha tinta… La mayoría
de rotativos, de televisiones, de redes sociales ha proclamado juiciosos
obituarios.
No tuve ocasión de conocerlo
personalmente, y sí a través de sus escritos y, sobre todo, de sus diversos
parlamentos y entrevistas plenos de seriedad sociopolítica. Por ello, ante él, memorial de solidez
ideológica, me descubro, aún cuando no haya comulgado siempre con el conjunto
de sus ideas. Disentí de algunos de sus postulados comunistas, pero admiré su
pragmatismo, más allá de la pura teoría.
Su preocupación por España
rozaba siempre lo correctamente ético. Su ideario era clarividente desde la
enseñanza a la política, desde la política a su vuelta a la enseñanza, incluida
su renuncia a la remuneración que como político le correspondía. Su luz ha
brillado por encima de las mezquindades de sus correligionarios, hoy tan
chapuceros.
Respetuoso en la manifestación de sus
“pasiones”, lejos de todo fanatismo, mantenía una visión coherente de la
revolución socioeconómica y política que defendía desde sus principios
comunistas. En la función pública
ejerció de demócrata sobrio, casi místico. Solidario en causas ajenas y lejos
de frivolidades y conformismos, fue “profeta” cristiano, musulmán y judío, a la
vez, por vinculación a la idiosincrasia cordobesa. Tenía “clase”… ¡eso que le
falta a la mayoría de nuestros políticos!
La ciudadanía, y más sus adversarios,
lo cubrieron ocasionalmente de reproches en la contienda política, hasta el
punto de no llegar a triunfar electoralmente, como se merecía. Claro que es el
precio que se ha de pagar en la lid democrática. Gente buena se ha quedado
también en el camino: Tierno Galván fundador del PSP, Joaquín Ruiz-Jiménez, fundador de Izquierda Democrática de corte demócrata-cristiano, entre otros… En
cualquier caso, nadie
pudo tachar al “Califa rojo” de incoherente, necio, contradictorio, torpe.
Sus palabras cultas, comedidas, sin animadversión, siempre dejaban huellas… al
menos en este inquieto y limitado observador de los valores humanos del que
fuera dirigente de IU.
Julio
Anguita, digno en su rebeldía con causa, hoy yace vivo en el unánime reconocimiento de la ciudadanía y no menos en el respeto de la clase
política, en general. Como maestro y político vocacionado, supo, finalmente,
estar a la altura ascética de la bohonomía integral. Lo demostró en la ocasión más dolorosa de su vida, cuando, momentos antes de dar una conferencia en
Madrid, recibió la noticia de la muerte
de su hijo periodista que cubría la guerra de Irak. En referencia a su hijo manifestó muy
emocionado: “Ha cumplido con su deber y yo por tanto voy a dirigirles la
palabra para cumplir con el mío... Malditas sean las guerras y los canallas que
las hacen”.
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