¿Qué más decir del Covib-19 microscópico y
esotérico? Llegó, vio y venció, cual
Julio César… y campó a sus anchas, contagiando indiscriminadamente a lo largo y
ancho del globo. Se encontró con un pasto abonado de egoísmos, rivalidades,
hambre de pan, hambruna de poder, hedonismo, manipulaciones, mentiras,
guerras y demás sufrimientos. Y quiso ser ídolo… pero, por fin, ya va siendo
reducido a la medida de los científicos de
la medicina y las precauciones sanitarias impuestas por la cordura.
Así, por muy bicho
que sea, no ha podido succionarnos absolutamente en su pandemia. Por el
contrario, a pesar de mucha muerte tristemente globalizada, nos ha hecho tomar
conciencia de que no somos seres aislados, sino gente necesitada de gente, mutuamente, con su solidaridad, empatía, creatividad, profesionalidad, aplausos, lazos de luto… Todo ha entrado en la
transcendencia de una nueva era, como
una “New Age del Espíritu”, torrente de paz
y concordia mundial…
Tal vez haya
creído soñar junto a Machado:
Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que una fontana fluía
dentro de mi corazón.
soñé, ¡bendita ilusión!,
que una fontana fluía
dentro de mi corazón.
Pero no, no es
un sueño. Es Pentecostés. Es el sueño de la Vida que nos viene a enseñar “a
contar nuestros días para que entre la sensatez en nuestro corazón” (Sal.
90,12). Llamados a ser sal y fermento,
el desafío es vital. Desandar un camino de destrucción, para ganar una
senda de reconstrucción total, lejos de toda ceguera absurda, de
discordias, de desalientos humanos.
Ya hemos comenzado la
desescalada social ante el coronavirus. Y, aunque aún no estamos
en el final del túnel, comenzamos a
redescubrir la Vida, con mayúscula y, desde ahí, poder releer la acción del
Espíritu que no es sino “Dios como don absoluto”
que hace posible que, en medio de nuestra sociedad vieja y cansada, alarguemos nuestro corazón para “fraternizar
el Camino” cargado de entendimiento, sabiduría, consejo, fortaleza, ciencia,
piedad, temor de Dios.
Nos unen vínculos más allá de los puramente biológicos. Ya nada debe volver a ser como antes… Viene el
Espíritu Santo, luz que penetra en las almas, gozo que enjuga las lágrimas y
reconforta los duelos. ¡Aleluya!
(Jn. 7, 37-39)
Pentecostés, torrente de luz,
en la oscuridad de nuestras vidas.
Ven, Espíritu Santo,
abre nuestras ansias de verdad.
Pentecostés, torrente de alegría,
en el mundo de nuestras tristezas.
Ven, Espíritu Santo,
derrocha consuelo en nuestros
corazones.
Pentecostés, torrente de verdad
en este planeta nuestro que habla la
mentira.
Ven, Espíritu Santo,
lánzanos a la calle con urgencia de
Buena Nueva.
Pentecostés, torrente de paz
en este suelo nuestro donde gritan las
metrallas.
Ven, Espíritu Santo,
invádenos de concordia y armonía.
Pentecostés, torrente de fraternidad
en medio de nuestra estepa humana.
Ven, Espíritu Santo,
asédianos de bondad y solidaridad.
Destruye nuestros miedos,
torrente de agua viva,
y lánzanos a construir un mundo nuevo y
mejor.
¡Que ésta es tu hora!
Rompe, pues, los cerrojos de nuestros
corazones
y renueva la faz de nuestra tierra.
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