“Se hace camino al andar”, pero también se hace camino
soñando… El ser humano es muy complejo, lo mismo se mueve entre paradigmas de
generosidad, como vivimos a lo largo de la actual pandemia del coronavirus, que entre modelos de brutalidad indescriptible,
como es el caso de la muerte por asfixia, de George Floyd, afroamericano, a manos de un policía blanco en Minneapolis, el pasado 25 de mayo. Pero a pesar de la epidemia del odio y sus inmensas secuelas, su
muerte ha provocado un inmenso movimiento de protesta, éticamente viral, que
traspasó las fronteras USA.
Se
hace camino soñando…
Nada
te turbe,
Nada te espante,
Todo se pasa,
Dios no se muda,
La paciencia
Todo lo alcanza;
Quien a Dios tiene
Nada le falta:
Sólo Dios basta…
Nada te espante,
Todo se pasa,
Dios no se muda,
La paciencia
Todo lo alcanza;
Quien a Dios tiene
Nada le falta:
Sólo Dios basta…
Fue el canto de una mística, Teresa de Jesús, vejada por sus infaustos inquisidores, en medio de
las turbulencias socioreligiosas y políticas de su tiempo. Y creyó.
Enfrentados a la dura situación
a la que nos avoca la pandemia con sus últimos
coletazo, leía yo hace días que el músico y compositor de “Mecano”,
José María Cano, “recuerda que en la
expansión del virus se nos está pidiendo que seamos prudentes, que nos pongamos
las mascarillas y nos lavemos las manos, pero pocos son los que nos invitan a
rezar”… Es verdad. Sí, rezar, y ser capaces de “reinventar la fe” y crecer hacia una nueva normalidad, cuyo signo no puede
ser otro que el amor, ese amor que “ha sido derramado en nuestros corazones por
el Espíritu Santo que se nos ha dado. (Rom. 5,5)
La pandemia lejos de enfrentarnos a una política y una
economía que puedan interesar más al
poder que a la salud y bienestar de todos, nos debe abrir a otra dimensión
verdaderamente interpelante: ¿Qué nos dice Dios ante este malicioso virus?
Sobre todo a nosotros que hemos sido rociados con el agua bautismal…
Volver a la anterior configuración mundial alimentada por el voraz capitalismo en sus distintas
formas, haciendo oídos sordos ante el grito de pobreza de media humanidad,
sería un nuevo crimen de lesa majestad globalizada. No se puede volver a la “normalidad
que fue normal” antes del nefasto bicho pandémico.
Este salir “libres” de nuevo a la calle, la desescalada, exige
nuevos compromisos éticos. Vivir una nueva convivencia marcada necesariamente
por la generosidad, desde donde se desarrolle
"anticuerpos
de solidaridad", como nos ha dicho el Papa. E “ir hacia una conversión ecológica
radical”. Eso es tener “una mente lúcida
y un buen corazón acompañados por sentimientos cálidos…” que decía el Dalay Lama, como las cosas más
importantes en la situación actual.
No podemos relajarnos, se
nos dice desde muchos parlamentos. El luto sigue visible en nuestra sociedad, aunque
ya se hayan arriado las banderas. Y en
un día tan señalado como hoy festividad de Dios trinitario, comunidad de amor,
nuestro corazón tiene que oír los pasos de ese Dios que camina junto a
nosotros, pese al virus causante de tanta desgracia global cebada
particularmente sobre los más vulnerables y pobres… Sentir
su presencia que me quiere su
colaborador para echar fuera todas las pandemias de este mundo.
Dios ha dado y da sentido a nuestra vida, y a la misma vida
con su dolor congénito. Es Dios
Padre humanizado en el Nazareno y manifestado a través del Espíritu Santo como
don de amor. Ante el desorden globalizado con la pandemia, creemos en ese Dios que no es opio del pueblo
a la medida del ideólogo Karl Marx. Los 67 relatos de curaciones de enfermos
que nos transmiten los evangelistas significan la presencia amorosa
de Dios en Jesús de Nazaret ante el dolor humano. Su modo tan silencioso
de intervenir en nuestra vida resulta, ciertamente, difícil de comprender. Ya
el salmista bíblico lo manifiesta con frecuencia: “¿Por
qué ocultas tu rostro, olvidas nuestra opresión, nuestra miseria?” (Sal. 44, 25).
“¿Por qué han de decir las naciones: Dónde está su Dios?” (Sal. 115, 2). Sin embargo, la desesperanza, auténtico
opio, no hace mella en nosotros. Caminamos también soñando… Dios está en el campo del dolor humano,
como la “brisa ligera” de Elías sobre el monte Horeb (I Re. 19, 12-13).
Esperamos el milagro de una vacuna que científicos muy
capacitados están elaborando… Pero Dios no es el ausente en el milagro. Él anda
entre los microscopios como entre los pucheros de la santa de Ávila. Y sólo en la medida que
amemos, podremos captar su presencia.
… que tengan vida eterna.
(Jn..3, 16-18)
Dios mío, Trinidad santa,
Padre,
Hijo,
Espíritu
Santo.
Diálogo en la unidad,
en donde se funden la verdad generosa
y la comunidad de amor.
Inmensa cercanía. Tu horizonte está en
la tierra,
con proyecto de eterna encarnación
y sementera inagotable de signos de
bondad.
En nuestra vida palpamos tu presencia:
amor de madre,
huella de hijo crucificado,
viento que levanta olas de humanidad.
Te manifiestas, Trinidad Santa,
en la brisa y en el silencio,
y en el dinamismo de tus profetas.
Te afirmas en la sonrisa del niño,
y en la mano fuerte que azota la
injusticia.
Te revelas en la acogida al huérfano y
a la viuda,
y en la palabra que fustiga toda
intolerancia.
Te complaces en nuestras alegrías,
y lloras nuestras amarguras.
¡Oh, mis tres, totalmente uno!
Inmensidad,
vértice de la vida eterna,
prometida
para cuantos consumen su fe en Ti.
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