Seguimos asistiendo a una
inundación informativa, auténtica “verbodemia” (permítaseme este “neologismo de
uso privado”) usada no sólo por el
Gobierno de turno, sino también por cadenas de TV en busca de clientelismo, y
los mismos WhatsApp. Informaciones que han
sembrado en numerosas ocasiones más sospechas que evidencias, con hartura de
confinamiento que llega a la verdad del cansancio y hasta desesperanza.
La pandemia del coronavirus sigue sembrando muertes, contagios, y un oleaje de dolor en todos los
sentidos. Pues al propio tiempo, el covib-19 continúa descubriéndonos nuestra propia
vulnerabilidad. Nos vemos desnudos ante la más estricta incertidumbre,
propiciando la certeza de nuestra
impotencia. Y más ahora que, cuando vemos “la curva” disminuir, llegan atisbos
de claudicación creando más vulnerabilidad… Sin embargo, la experiencia de nuestra
propia vulnerabilidad sigue predicando la oportunidad de reconciliarnos en
profundidad con nosotros mismos, y comunitariamente.
Cuanto más vulnerables en
comunión nos reconocemos, tanto mayor es
nuestra fortaleza. Y el miedo “común”
que nos ha engendrado la pandemia nos tiene
que hacer ver dónde podemos poner nuestra confianza, dónde encontrar
la fuente de nuestra seguridad.
Tal vez, la experiencia de confinamiento global que estamos
viviendo, sea una oportunidad para experimentar el profundo convencimiento de
Pablo de Tarso: “Todo lo puedo en aquel que me conforta” (Flp. 4, 13), pues no
somos tan “dueños”
del mundo, tal como nos parecía antes del virus mortal.
Se ha creado entre todos una situación planetaria extremadamente
cruel... Como el apóstol, vamos a necesitar cada vez más a Jesús, aunque en algún
momento parezca dormitar sobre el cabezal de la barca en el Tiberiades de
nuestra pandemia... El Crucificado vuelto a la Vida nos hace creíble
a un Dios Padre fundamento de nuestra esperanza frente a toda desesperanza. Él nos
ofrece una hoja de ruta, que con inmensa claridad y precisión Juan el Zebedeo recoge en su
evangelio: “No se turbe vuestro corazón…” (Jn.14, 1-12)
Camino, y
verdad, y vida, trilogía
de un destino
prometido.
En ti, Jesús,
resplandece el
Dios accesible,
a pesar de su
silencio tantas veces irritante.
Tú eres,
Maestro, nuestra hoja de ruta
para arribar,
sin ilusiones vanas,
a la morada del
Padre.
Camino que no se
degrada con el tiempo.
Verdad que
despeja las dudas del peregrino.
Vida que repone
nuestras esperanzas.
En tu camino, se
abren horizontes nuevos.
Transforma,
Señor, nuestros baches del alma
en pistas de
danza.
En tu verdad,
desaparecen dudas y miedos.
Transforma,
Señor, en armonía
las discordias
de nuestra mente.
En tu vida, se
abre la comunión con el Padre.
Transforma,
Señor, nuestras ventiscas
en encantos de
la calma.
Y colmarás nuestra sed
de eternidad.
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