Es tiempo cruel de pandemia. Somos conscientes de que vamos
de camino por senderos oscuros, llenos de amargura, ¿a dónde? ¿En que parará todo esto?
Recuerdo la poesía de Antonio Machado:
Yo
voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!...
¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero
a lo largo del sendero...
-la tarde cayendo está-.
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!...
¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero
a lo largo del sendero...
-la tarde cayendo está-.
Metáfora vital, que abre a la alegría de esperar… También el
camino de Emaús, más allá de la metáfora, es el símbolo de nuestro camino de fe.
En los discípulos se había apoderado la amargura de la ausencia del Maestro
crucificado. ¿Habrá sido todo una quimera lo vivida desde Galilea a Jerusalén?
Estaban abatidos…
Las claves del sentido de nuestra vida cristiana están en
este gran pasaje de Lucas. Prodigio de teología narrativa y de pedagogía vital. La
Palabra se entrecruza con la Vida, y la Luz nace en el interior. Dos realidades
que están a la mano en nuestra cotidianidad: la Vida y la Palabra;
Eso que parece oscuro, desde el Covib-19 planetario, al fondo
del túnel de la desesperanza, se ilumina hoy en Emaús, y hace que nuestro
corazón arda al calor del encuentro con el Resucitado.
Cleofás y su
compañero de camino se alejaban de Jerusalén tristes y decepcionados, sus
corazones habían acumulado mucho destrozo, hasta que la comida comunitaria, con la “fracción
del Pan”, les descubre el optimismo y la
ilusión, nuevamente, que los lleva a volver a Jerusalén a anunciar a sus
hermanos su gozo pascual.
Hoy, que
empiezan a salir los niños a los parques, tras la experiencia del dolor y la
muerte, resucita nuestra esperanza en un futuro mejor… La utopía egoísta que
hemos vivido años tras años está pasando por una cruz global. Pero en el
horizonte de nuestros caminos hay indicios de resurrección. El resucitado
camina a nuestro lado. Nos
invita hoy a desahogarnos en su compañía, pensando sobre todo en los que han
sido afectados directamente por el coronavirus: los enfermos, los que han
fallecido y las familias que lloran por la muerte de sus seres queridos, y, más
que nunca, nos invita a esperar, a pesar de ser “tardos de corazón”…
Quédate con nosotros porque atardece…
(Lc. 24, 13-35)
Se nos hace ya tarde. Y anochece en
nuestro Emaús.
¡Noche fatigosa la de nuestra fe,
Señor!
El escándalo de tu cruz
ha trastocado nuestras ilusiones
y el desencanto se apodera de nuestras
esperanzas.
Nuestros pies no soportan la larga
caminata de la vida,
nuestras dudas y temores se hacen
eternos.
Solos, no somos más que torpes
discípulos de un crucificado.
Y no alcanzamos a entender el valor
revolucionario
de tu testimonio.
De ahí, nuestras inquietudes y amargas
desilusiones.
Sí, hemos tomado el camino equivocado
al atrincherarnos en el aislamiento de
nuestros rezos,
en el abandono de la comunidad,
en la huida de toda búsqueda, en el
olvido de tu palabra.
¡Qué torpeza la nuestra!
Gracias que en Emaús, Señor,
nos has despejado el camino…
Cuando se haga tarde y anochezca en
nuestro corazón,
la escucha comunitaria de tu palabra
y el amor compartido en la fracción del
pan
realizarán la experiencia de tu
encuentro resucitador.
Entonces
se abrirán nuestros ojos para reconocerte.
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