Hola, bicho malo, repugnante. No vengo a afearte, pues tú pasas de eso... ¡Vengo casi a darte las gracias!
Sí, has sembrado muertos y contagiados, a millones, y
cuando todo parecía que te habías ido a otro planeta, vuelves a nuestra casa
con toda tu mortal perversidad. En nuestra geografía ha comenzado un retroceso obligado, cerrando el ocio nocturno, las peñas
recreativas, establecimientos,
agrupaciones… ¡imponiendo nuevos confinamientos! Tu pandemia no la has creado a
nuestra medida, ciertamente. De hecho, mucho personal médico y de enfermería,
responsables sanitarios y de otros trabajos profesionales y generosos voluntarios y ancianos de nuestras
residencias, han perdido la vida a causa de tus maldades. Tú sigues siendo
noticia ascendente. Y lo que, si cabe, es más doloroso, entre la población
“sintecho”, entre los más pobres del planeta, entre los emigrantes que no son causantes de nada, sino víctimas.
Estamos ante una segunda ola tuya gangrenada.
Pero mira.
Para el rey Salomón nada había nuevo bajo el sol (cf. Ecl.1, 9), como indicando que la historia
se repite cíclicamente, con más o menos virulencia. La humanidad, desde que
es humanidad, ha sufrido otras graves pandemias. No eres tú sólo quien se ha lanzado hostilmente contra la faz de la
tierra… La historia es testigo.
La línea
roja, pues, divisoria entre la muerte y la vida, si pasaba por tu corazón, hoy ya pasa por el corazón de cada hombre y
mujer que desciende a las profundidades de la ciencia. De ahí que venga, tristemente,
a darte las gracias. Porque en medio de las limitaciones económicas, sociales y
hasta religiosas derivadas de tu acción malvada, cabe extrapolar tu invento y aprender
la lección de la mano de tanta gente buena, científicos, médicos, sanitarios… y
del propio Papa Francisco, cuando llama
a contagiarse con “los anticuerpos necesarios de la justicia, la caridad y la
solidaridad” y a “sortear astutamente
los obstáculos”, siguiendo la lección que romperá todo el fatalismo en el que
nos habíamos inmerso y permitirá volver a sentirnos artífices y protagonistas
de una historia común” (cf. Vida Nueva, abril 2020)
Sí, Covid, gracias a
ti, todos, y en especial los discípulos del Nazareno, hemos aprendido a hablar
con el lenguaje de los ojos, mientras cumplimos con la mascarilla. Tu ferocidad
nos ha sacado de nuestra zona de confort, dejando al descubierto nuestras
falsas seguridades. Gracias, porque ya hablamos con alegría de
templos vacíos o liturgias con sabor a catacumbas, por aquello de que llegará
un día en que adoraremos a Dios, lejos de los templos, en espíritu y en verdad.
(cf. Jn, 4, 23)… Y hablamos con esperanza, porque, cuando nos creíamos
todopoderosos y casi inmortales, nos has convencido de que tu microscópico ser
tiene capacidad para derrumbar esta estatua de oro con pies de barro que nos
estábamos construyendo. Y hablamos de solidaridad, convencidos de que somos
humanidad, donde juntos somos contagiados, y sólo juntos nos libraremos de ti. (cf.
Regal, en Encrucillada/218)…Y, en ese lenguaje de nuestros ojos, hablamos de tomar de conciencia de nuestra
responsabilidad, porque llegará esa hora, ya empieza a calar, en que dejaremos
de inocular contaminación a nuestros mares, fuego a nuestros bosques… y nos propondremos
hacer nuevas todas las cosas (cf. Ap 21, 5).
Quizá he pecado de soñador. Y tú seguirás haciendo daño. En cualquier caso, despreciable Covid-19, si nos has ganado muchas batallas, no has ganado la guerra. Tu locura viral no tiene la última palabra...
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