A esta altura de la crisis mundial, seguimos bajo
el tendal de la pandemia que nos agrede con sus nuevos rebrotes. De nuevo, unos
se arrodillan exhalando resignación, como ramas de sauces llorones. Otros
banalizan simplonamente la situación desafiando al mal con cierto aire folclórico.
Los más, felizmente, visten de manera concienzuda las indicaciones sanitarias,
dando sobradas muestras de responsabilidad... Y es que todos saben que respecto al Covib-19
se han ganado batallas, pero parece que no todos saben que la guerra está lejos
de ganarse... El buen ejemplo marcado por la ética relacional, el consuelo, la esperanza
y toda clase de empatía, debe ser nuestro tono vital. “El mundo cambia
con tu ejemplo, no con tu opinión”, decía Paulo Coelho. Y podemos añadir que no es fácil nadar y sonreír al mismo
tiempo, y menos si se trata de nadar a contracorriente. Por ello, cuando todo parece
desmoronarse de nuevo, tenemos que recurrir, como tabla de salvación, a la
familia, a los amigos y a la fe, como valores resilientes. ¡Esa capacidad de asumir el mal y sobreponerse a él, que
define a la gente de buena voluntad!
Venid a mí todos
los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré…
Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.
(Mt. 11, 25-30)
Señor, tu yugo es de
fino ébano,
tierno y ligero,
construido en la
ebanistería de tu amor.
¡Qué distinto mi yugo
de pesada encina!
Tu yugo es consuelo,
lozanía.
El mío, angustia,
ansiedad.
Tu yugo no conoce
caducidad,
y el mío es finitud.
Mi yugo es asfixia,
fardo de bruma,
lumbalgia del alma.
Tu yugo es historia
de amor y alianza.
Unce en mí tu yugo,
Señor,
y átame bien tu carga
que por ser
tierna y ligera
puede extraviarse en
el camino.
Como buen arriero,
sujétame bien a ti,
pues debo resistir de
pie a mis cansancios,
para el día en que
dispongas que pase
¡a la otra orilla
feliz del río!
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