1) Pisamos sobre
nuestra propia historia donde cohabitan constantemente el bien y el mal, -el
trigo y la cizaña (Mt. 13, 24-30). Pecar de impaciencia es querer superar esa
lucha en la prisa, en la urgencia, antes de finalizar nuevas historias…
La cantidad de infectados por el Covib-19
y de muertes camina por derroteros abrumadores y en nuestro país se imponen
nuevos confinamientos… La pandemia sigue rompiendo esquemas. El virus no
duerme, brotes y rebrotes nos asfixian de nuevo.
La
parábola del evangelio es una llamada a la serenidad, a pesar de contagios y
confinamientos, ¡la cizaña! Urge mirar la vida -¡la siembra!- hasta el fondo e
intuir la acción callada de Dios. “No se ve bien si no es con los
ojos del corazón”, que escribía Antoine
de Saint-Exupéry, en “El principito”. O
según san Pablo: “No ponemos nuestros
ojos en las cosas visibles, sino en las invisibles; pues las visibles son
temporales, las invisibles son eternas” (2 Cor. 4,18). Y es también lo que
nos propone el papa Francisco, cuando nos invita a hacer un buen
discernimiento, a mirar las cosas desde el corazón y a ponerlas bajo la mirada
de Dios… El corazón, en el lenguaje bíblico, indica la
sede, como la realidad más profunda de la persona. “Guarda tu corazón con toda cautela, porque en él brotan manantiales de
vida” (Prov. 4, 23). Serenidad, pues, y paciencia, y entereza, y ecuanimidad…
porque “el corazón tiene sus razones, que
la razón ignora”, decía Blaise
Pascal.
2) La vida está sometida a ley de
polaridades: desorden y cao, por un lado y, por otro, orden y vida. La cizaña y
el trigo son semillas antagónicas. La cizaña daña al trigo y el trigo no ahoga,
fácilmente, a la cizaña… Convivimos con la cizaña de hoy, la pandemia, y aunque crece a nuestro lado, dándonos jaque con sus efectos traumáticos evidentes,
nuestro sueño es esa “semilla” que nos devolverá a la vida, empatizando con
nuestro siembra… ¡Una visión nueva de la realidad aún es posible!
En cualquier caso, la desesperanza que
pueda aturdirnos en ese combate cizaña-trigo, no ha de cegarnos para mirar al
futuro… Nuestro rey Felipe VI, ha dado una muestra más de temple y personalidad
para afrontar el homenaje a los familiares de las víctimas de Covid-19. Martín
Lutero King, en agosto de 1963, pronunció
aquel famoso discurso “I have a dream”
(“Yo tengo un sueño”, en favor del empoderamiento negro), gracias al cual se
extendería por todo el país la conciencia pública sobre el movimiento de los
derechos civiles. Nuestro temple y nuestro sueño, a pesar del ruido que genera
la “verbodemia” ante los micrófonos que tanto nos viene oprimiendo, es un desafío para un "durante y un final" de la
pandemia: los hombres, las mujeres y los niños que en sus vidas no han conocido más
que el sufrimiento… ¡las víctimas de la
mayor pobreza que vendrán tras el virus! Mantengámonos firmes, dispuestos “codo
con codo” a innovar nuestros corazones, creando hábitos de solidaridad. Y con
la conciencia de nuestra fragilidad, confiar en que nuestro “trigo” sea almacenado
en el Granero (Mt. 13, 30).
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