Entonces una mujer cananea...
(Mt. 15, 21-28)
Mujer de Canaán,
crujiría mi corazón indignado,
si no fuera porque, al final, el Maestro
se deja destapar su magnanimidad,
vencido por tu fe pagana.
Es verdad.
El Galileo, aparentemente excluyente,
no es el pan reservado a la élite religiosa
del Israel cristiano.
Su acción salvadora es
universal.
Y ésa ha sido tu lección
de mujer cananea.
Tú misma
has
desmantelado a cuantos se creen
dueños de la casa de Dios,
desvelando los límites de su autosuficiencia
espiritual.
En los Tiro y Sidón de hoy,
alejados de nuestras creencias, chocan
esas historias de los perros y de las pequeñas
migajas.
Y nos desnudan de nuestros comportamientos,
manipuladores de la verdad del Maestro.
Tu fe extranjera
y tu pobreza rompen esquemas
y yo mismo me dispongo a aprender de ti
que las migajas de la mesa desnudan la Ley.
¿Cuándo aprenderemos que todos somos iguales,
que nadie es más que nadie,
a pesar de las fronteras que nos separan?
Gracias, mujer pagana,
porque me has enseñado
que mi puerta ha de estar
siempre abierta a todos,
por encima de los aledaños
de mi presunción religiosa,
¡tantas veces excluyente!
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