No quisiera, en este feliz día de tu
cumpleaños, empañar los lazos de tu humildad tan característica; pero si “la verdad es
humildad”, deja que mi corazón se explaye en el recuerdo franco de mis
años de alumno, primero y, de compañero en
docencia y pastoral, a tu vera,
posteriormente. Tú fuiste pieza clave en el puzle de mi educación, junto a esa
excepcional dinastía formada por los Porta, Prieto Verdes, Fernández y
Fernández, José Mari, Jaime, Digno, y un largo etcétera.
Amigo Uxío, tu vida estuvo
siempre marcada por la coherencia y el compromiso humano y sacerdotal. Y esa esencia
divina, con que te adornó el buen Dios, por su gracia, nos tocó a mí y a
muchísimos más. ¡Brindo por ello!
Te he reconocido siempre auténtico,
medularmente auténtico. Así, tuve ocasión de manifestarlo ante mi admirado obispo
en Francia, a raíz de una carta tuya donde me pedías volver a la diócesis. Tu silencio posterior fue muy elocuente. Me
hiciste ver, y así hasta hoy, que la
mediocridad no ha tenido destino en tu vida.
Estrenando mi sacerdocio, tuve la
fortuna de olfatear de cerca tu “olor a
oveja” en tus tiempos de cura rural de Fórnea. Fue poco tiempo, pero lo
suficiente para dejar grabado en mí ese mundillo evangélico que llevabas
dentro. Otro tanto se dirá de tu paso por As Pontes, Vilalba…
De mis tiempos de alumno, recuerdo
tus clases bien documentadas, sin hacer alardes de tu sabiduría. A ti te debo
el gusto por la poesía y la Sagrada Escritura, que, sorbo a sorbo, arribó en
mí. En estos momentos , vienen a mi memoria tus poemas en la revista Estría, y las
correcciones que me hacías a mis pinitos de poeta, o la ilusión que creaste en
mí para que ampliara estudios en Madrid y posteriormente en Lyon!
Fuiste, y eres, poeta original.
Lo acabo constatar, una vez más, acercándome a tu alma, a través de tu poemario
“Poemas de mi vida”, que he podido seguir por internet. Genial.
Asceta y místico, ayer y hoy. Compromiso
tuyo fundido en mi alma desde la adolescencia… ¡hasta ahora, ya largamente
septuagenario!
Ejemplo de constancia,
adentrándote, ya mayor, en el mundo de la música, con la guitarra, el armonio, la
schola del Seminario, el Orfeón de Mondoñedo, la coral de Vilalba… Has logrado que más de uno siguiéramos remando
a través de pentagramas.
Hoy, desde Granada, veo a un
hombre, bien nacido, con el evangelio pegado a su corazón, sin arriarlo jamás, hasta el atardecer de sus
años, ¡noventa felices años!, ataviados
de servicio, sabiduría y humildad, sin ambigüedades. ¡Ése eres tú!
Un día, allá lejos, premiaste en
un concurso mi eslogan: “el sacerdocio es cantar la cruz sin bajarse de tono”.
Pues bien, gozosamente, te “devuelvo” ahora el premio, porque tú, músico excepcional, jamás te
bajaste de tono al cantar tu sacerdocio…
Gracias, Uxío, ¡Eugenio,
el bien nacido! Pido a nuestro Padre del Cielo que nos conceda la gracia de
llegar a festejar felizmente tu centenario. Al menos, nos lo conceda a cuantos
hemos querido emularte y nos hemos quedado en el camino…
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