Si
conocieras el don de Dios
(Jn. 4, 5-42)
Esta tarde, Señor, he cerrado mis ojos
para mirarte sentado, esperándome,
como a la mujer de Samaria,
junto al brocal de mi pozo.
Me siento pobre y ausente de tus cosas;
por no tener, ni siquiera tengo cántaro
donde recoger tu agua viva.
Pero tú derribas ausencias y creas esperanza.
No soy yo quien te acoge,
eres Tú quien me acoge a mí
y me mandas recabar en mis infidelidades,
para hacerme hombre nuevo.
Y hasta confías en mí, porque has leído mi corazón;
y me envías...
Me
envías a los hermanos,
para no dejarme caer en la tentación
de encerrarme yo solo en tu reino.
Me envías a buscar vidas rotas, como la mía.
Me envías a ilusionarme con nuevos horizontes,
donde están los hermanos que sufren tu ausencia.
No ausencia de rezos rutinarios,
templos de piedra sin espíritu y sin verdad.
Me envías a deshacer eclipses de amor y justicia.
Aunque no tengo cántaro, digno de tu gracia,
mira a mis manos y a mis pies,
a mi boca y a mi corazón,
que, puestos en tu camino, serán agua viva
que salta hasta la vida eterna.
para no dejarme caer en la tentación
de encerrarme yo solo en tu reino.
Me envías a buscar vidas rotas, como la mía.
Me envías a ilusionarme con nuevos horizontes,
donde están los hermanos que sufren tu ausencia.
No ausencia de rezos rutinarios,
templos de piedra sin espíritu y sin verdad.
Me envías a deshacer eclipses de amor y justicia.
Aunque no tengo cántaro, digno de tu gracia,
mira a mis manos y a mis pies,
a mi boca y a mi corazón,
que, puestos en tu camino, serán agua viva
que salta hasta la vida eterna.
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