No estéis agobiados por la vida….
(Mt. 6, 24-34)
Padre, Tú me has llamado a la vida,
para enseñarme a caer en tus brazos,
como el niño que se abandona en su padre,
descuidando el mañana y sin pensar en el ayer.
Tú me has
llamado a la vida,
para hacer de tu providencia el lugar del encuentro
de mis angustias y preocupaciones,
en la certeza de que nada esencial me faltará.
Tú me has llamado a la vida, Padre,
para evitarme ser esclavo del dinero
que pudiera hacerme tirano,
afanado por llenar mi granero noche y día.
A imagen de los pájaros y
de los lirios del campo,
que escuchamos de tu Hijo, el carpintero de
Nazaret,
me has llamado
a ocuparme, razonablemente,
del momento
presente,
sin estar
colgado a los agobios, a las obsesiones.
Desde ahora debo vivir volcando
en tu corazón
providente
mis horas contagiadas de esperanza,
pero sin
esperar bobamente un milagro de lo alto.
Padre, Tú que
me has llamado a la vida,
déjate tocar por mis lágrimas hasta mi atardecer
y rocíame de coraje para no caer víctima
servil de señores engañosos,
porque Tú, y sólo Tú,
eres la providencia de mis días.
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