El reino de los cielos se parece
a un tesoro escondido en el campo.
(Mt. 13, 44-54)
He vagado por tortuosos
atajos,
Maestro.
y he caminado en guerras.
He sufrido el frío de una
vida incolora.
y, cautivo de oropeles
fugaces,
he entretenido mi alma con
mil bagatelas…
Y te he buscado, Señor…
Encerrado en mi carne,
envuelto en mi silencio,
te he buscado audazmente entre
dudas y recelos.
Sabiendo que el oficio del cristiano es buscarte,
he arriesgado la venta de
mi campo, todo
por encontrarte a Ti.
Y me he topado, -¡por
fin!-
con tu reino
como un sol de fortuna oculto
que inesperadamente
lo invade todo,
como perla encontrada en el bazar de mis soledades.
La llama de mis fantasías se
deshilacha ahora
ante el hallazgo velado en
tu campo.
Ahora
quiero correr, hasta
perder el aliento,
por seguir vendiendo mi
vaciedad.
Y quiero comprar,
contra todos los reclamos del mundo,
la
alegría que derrocha tu reino,
la
luz que seduce en mi noche,
la llave que abre el
tesoro de tu inmensidad.
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