… se abrió paso entre ellos, y se alejaba
(Lc. 4, 21-30)
Señor, vivo confuso…
Lo mismo me cautiva tu palabra,
que sufro eclipse de ti,
al igual que tus paisanos de
Nazaret.
Me veo a gusto
cuando siento
halagos de considerarme discípulo tuyo.
Pero sufro ceguera
a tu paso por entre mis necedades,
mis ansias de
poseer,
mi religiosidad
descafeinada…
Vivo confuso, Señor…
Te humanizaste
en el hijo del carpintero,
y no en el
sacerdote judío.
Te querían
mesías guerrero, y asumiste
tu mesianismo
en favor de las
viudas de Sarepta y los Naamán
de todos los
tiempos.
Y es que
aún no he entendido que optar por
ti
es dar un salto en el vacío de las
confusiones,
confiadamente,
y acogerme a la seguridad de tu tolerancia.
Ábrete paso, sí, en medio de mi confusión,
pero no te alejes… Que Tú,
sólo Tú, eres
patrimonio de mis hermanos y mío,
Tú, hijo del
carpintero de Nazaret,
y Señor de todas las gentes.
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