…mientras oraba,
el aspecto de su rostro cambió.
(Lc. 9, 28-36)
El monte Tabor |
Maestro,
subir
a lo alto de la montaña para orar,
por
invitación tuya,
es
iniciarse en el destino de nuestra humanidad.
Orar,
sumergiéndonos, junto a Moisés y Elías,
en
el diálogo sobre tu muerte en Jerusalén,
es
intuir tu misma piel de Dios.
Orar,
tomando conciencia del fracaso aparente
de
tu misión
es
anidar en la concepción más humana de la vida.
Silenciar
los resquicios de tu inmensa gloria,
manifestada
en el Tabor,
es
conectar con la autenticidad de tu mensaje.
Mas,
construir
tiendas en las alturas
deslumbrados,
como Pedro, por la teofanía admirable,
es
no entender el sentido de tu transfiguración.
*
* *
Porque
el
Tabor es alianza con la muerte, antesala
de
la resurrección esperada.
El
Tabor es la transfiguración del dolor de la historia
y
de lo absurdo de tanta injusticia derramada.
El
Tabor es la luz inapagable,
calor inextinguible,
silencio provocador.
Porque
en
el Tabor está nuestra batalla y nuestro refugio.
Está
la lanzadera luminosa de los testigos de tu Palabra.
Está la eucaristía
del corazón, que desciende a la vida
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