Una cosa te falta,
anda vende lo que tienes…
(Mc. 10,
17-30)
Amigo rico,
has tanteado de cerca al Maestro
que te miró con gran cariño…
Como buen judío,
cumplías a la perfección tu
ideario religioso
y hasta creías en el dinero
como bendición de Dios,
recompensa de buen gestor…
Pero por ahí
no corre la osadía cristiana
que enseñaba el Maestro.
El dinero no enlaza con el
Paraíso,
porque
es ruido que ensordece
y no deja escuchar el dolor de la
gente.
El Hijo de Dios se humanizó en la
pobreza,
y en la pobreza arrastró a sus discípulos
y en la pobreza
está la única libertad que merece
vivirse…
Tu candor que ilusionó tanto al
Maestro
cayó por tierra,
junto al ojo de la aguja.
Una cosa te faltaba…
¡vender!
Vuelve, pues, a tu arroyo virgen
y entenderás que vender a favor
del pobre
es comprar la vida.
Ánimo, amigo rico,
no te marches entristecido
que la audacia del evangelio
tutela los desapegos del corazón.
¡Anda, dalo a
los pobres
y sígueme!
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