Señor, enséñanos a orar…
(Lc. 11, 1-13)
Papá Dios,
no me hubiera
atrevido a llamarte así,
si no fuera porque tu
Hijo predilecto
me lo ha revelado…
A ti me acerco hoy
con la gracia y el cariño
de todos los niños
de cualquier terruño
del mundo.
Como un hijo en el
regazo de su madre,
así me echo yo en tus
brazos
irrumpiendo en tu
corazón de padre y madre…
Como Jesús,
cuando hablaba
contigo a corazón abierto.
No vengo a arrancarte
favores.
Sólo quiero,
a tiempo y a
destiempo,
invadir
confidencialmente tu humanidad
de Dios.
Sólo quiero bendecir
tu nombre Abba
—Papá—,
Y gozar de la vida
que me has dado,
la mía y la de todos.
Y llorar —eso sí—
junto a ti,
el sufrimiento de los hermanos.
Particularmente,
las muertes
fabricadas en tu nombre.
Abba,
es la palabra angular
de todo el mensaje de tu Hijo.
Por eso, en mi
cercanía de hijo frágil,
he golpeado hoy tu
puerta, feliz…
¡Osadía
del niño que llevo dentro!
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